18 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: Orgullo ciclístico

 

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal (foto)

Desde esta columna y desde mis otros balcones de opinión fui crítico acervo del desgano y distancia que la Federación de Ciclismo había tomado sobre los grandes ciclistas ganadores que nos representan cada año en las competencias mundiales, y fui también señalador de su falta de berriondera para montarse con una carrera anual que la admitieran en el World Tour, donde los colombianos pudiéramos ver correr a los favoritos del terruño. Hoy me siento satisfecho de que mi cantaleta haya dado resultado. El espectáculo que están brindando desde el martes los 25 equipos de ciclismo del mundo que han venido a competir en las carreteras de Antioquia, enorgullece a cualquier compatriota. El hecho de que por fin en nuestras vías estén corriendo juntos todos los ciclistas colombianos que han encumbrado ese deporte en competencias internacionales, no solo le da categoría a la afición, que ellos han construido año tras año desde hace más de 40, sino que nos pone a ilusionarnos con las nuevas generaciones que van surgiendo en cada curva del camino a reemplazar a los vencedores que enarbolaron la bandera nacional.

El que al lado de grandes ciclistas, ganadores del Tour y del Giro estén los que apenas si corrieron la Vuelta de la Juventud y se fueron para no volver a  competir en carreteras nacionales, es un logro de la Federación de Ciclismo que debemos reconocer, agradecer y exaltar. El hecho de que el martes, cuando comenzó el Tour Colombia en las calles de Medellín acudiese tanta gente y que durante estos otros días a la orilla del camino salgan más y más colombianos a vibrar con los ciclistas, es la consolidación de la simpatía por las bicicletas y no solamente por los once compatriotas detrás de una pelota. ¡Buena por esa!

Con ojos de mujer

En este país de malos lectores hay que saber escoger sobre cuáles temas se escribe y, sobre todo, en cuál momento se hace. Fernando Millán, un tulueño que ha hecho aplaudida carrera en el periodismo como director de varios medios, ha caído en la trampa. Ha escrito un libro que por prodigioso que nos parezca a muchos de sus lectores, no va a ser leído. Es la visión interna de las FARC desde el ángulo de las mujeres combatientes. A pocos les interesa ahora cómo se vivía en ese agrupación y que tan parecida era a un convento de la Edad Media donde el obispo esclavizaba no solo a los monjes sino a las aspirantes a monjas. Pero este libro de Millán “CON OJOS DE MUJER” delata de manera minuciosa, a veces atosigante porque, pese a ser la versión de 9 mujeres de diferentes entornos y orígenes, todas terminan siendo consideradas en el mismo perfil. Mujeres campesinas (7 de las 9 entrevistadas), ajenas al poder, menos las que fueron esposas de Manuel Marulanda y de Raúl Reyes, (que actúan como emperatrices), no parecen saber para qué estaban en la vida al lado de los jefes  de una guerrilla cavernaria, regida por métodos de instrucción y mando que ellas, con ingenuidad van desnudando en el relato que le hacen a Millán.

Todas las mujeres de este libro cuentan la misma historia, aunque en el fondo o en detalle, son distintas versiones morigeradas de un esquema militarista, machista y antifeminista. Y lo cuentan desde el ángulo de mujeres reintegradas a la vida civil que recuerdan cómo pasaron de ser huérfanas o desamparadas en su adolescencia, a volverse guerrilleras, a cargar más de 25 kilos a las espaldas o a disparar sin saber atinar. Muchos son relatos inverosímiles, pero paradójicamente son verdad pura, que parece ser lo que busca, a destiempo, su autor: escanearnos las FARC antes que nos olvidemos de ellos.