25 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: Holmes

@eljodario

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal

Si el capricho y el egoísmo del expresidente Uribe no hubiesen primado a la hora de escoger el candidato presidencial que le impuso a sus partidarios, y finalmente al país, y en vez de seleccionar a Iván Duque se hubiese quedado con Carlos Holmes Trujillo, el país se habría salvado de este rifirrafe en que nos ha metido un mandatario sin experiencia, sin maneras de mando y sin conciencia de la dignidad que implica ser presidente de Colombia. Nos pusieron entonces a Holmes de Canciller y, como él puede ajustarse al vestido que le corresponde, no solo demostró su experiencia de diplomático curtido adoptando fórmulas, maneras y melifluos discursos y documentos, sino que le tocó bailar con la más fea, haciendo de vocero  ridículo en el fracasado show con Maduro, de estafeta universal en la pelea parroquial con los elenos votando no contra Cuba sino contra el mundo entero (menos Ucrania e Israel), lo que desmereció su imagen pero no fue capaz de borrarle la esperanza en sus capacidades.

Ahora le nombran en el complicadísimo cargo de Ministro de Defensa en un momento en donde el acumulado de torpezas y la insolvencia en la comunicación llevaron a minimizar a las Fuerzas Armadas, a dejar crecer las bandolas post-paz y a darle estúpidamente aliento a la capacidad de recobro de la Policía poniéndolos a perseguir marihuaneros en vez de criminales. Difícil labor la del hijo de doña Genoveva. Pero como quienes le hemos visto actuar a lo largo de la vida no hemos perdido la esperanza de que en algún momento su gestión deberá ser fundamental para un país que él ha ayudado a construir, su nombramiento en vísperas del amenazante paro puede resultar elemental para salvar al presidente del atolladero, y no me pregunten por qué, sumamente peligroso para el futuro presidencial.
gardeazabal@eljodario.co

EL ORQUIDIOTA

En mi casa las orquídeas solo llegaban en Semana Santa. Mi madre, que siempre tuvo calateas, ensueños y bifloras, no cultivaba orquídeas, pero las salía a conseguir en casas y fincas antes del viernes santo porque ella tenía la misión que cumplió hasta que tuvo uso de razón: arreglar el paso del Santo Sepulcro de la parroquia de Tuluá inundándolo de catleyas. Yo no sabía entonces que un hermano suyo, Germán, a más de tener un patio enjaulado lleno de pájaros fruteros, cultivaba orquídeas y sabía cómo hacerlo. Me habría servido mucho su experiencia pero cuando comencé a convertirme en un orquidiota, ya el mal de corazón que se ha llevado a la mitad de los Gardeazábal, lo había vuelto cadáver. Pero entre Toño González, un médico recién graduado en Suiza  que se negó a ejercer y Edmond Bourgeaux, el gerente de Nestlé en Bugalagrande, me entraron por esa senda de orquidiota de la que creo que no saldré ni camino al cementerio porque aspiro que el sendero que a ella lleve esté inundado de flores.

Ser amante de las orquídeas conlleva dos facetas. La pública, donde la vanidad ejerce un acicate incontrolable y la solitaria, donde el gusto de esperar hasta 7 años para ver florecida una orquídea produce algo más que un orgasmo. La pública es la que ha permitido que existan exposiciones anuales como las que por estos días han montado en Cali, en donde un relictus de amantes de la naturaleza, de defensores de los árboles, mantienen viva la llama de la defensa de la flor que abrumó a los españoles cuando llegaron con la cruz y con la espada. La privada es la que lo vuelve a uno orquidiota, esclavizándolo a una metodología y a una esperanza que nos mantiene vivos por encima de cualquier molestia. Para recordar esa militancia como orquidiota he aceptado conversar esta noche en el Orquideorama de Cali con muchos colegas de capricho. Será muy grato.

gardeazabal@eljodario.co