19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: Barco

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal

El libro que ha publicado por estos días Malcon Deas, el colombianista inglés contemplado de la oligarquía bogotana, es la versión del Virgilio Barco que ni el paso de los años ha convocado para condenarlo ni la que Colombia conoció de ese hombre que nos gobernó cuando el Alzheimer ya se había ido apoderando de su cerebro. Este libro, que deberían leer todos los colombianos que fuimos testigos de su labor presidencial y de su esfuerzo postizo pero mayúsculo por revivir el trapo rojo del liberalismo, sirve para que dejemos de ser injustos ante los ojos de la historia con quien no solamente fue el esposo de una estirada gringa o el tartamudeante candidato a quien ponían a gritar en la plaza pública “liberal, liberal, liberal”.

Malcom Deas, como buen inglés atinado y emperifollado, hace la historia de Colombia sin herir susceptibilidades ni de los oligarcas que siempre lo han presentado desde las páginas de El Tiempo y en los cocteles bogotanos como el verdadero historiador de la patria, ni de los historiadores posteriores que les da culillo contradecirlo. Para el británico, Virgilio Barco fue un excelente presidente, pero lo que cuenta que él fue, el país no lo sabía. Que Barco era nieto de un general conservador, que fue gaitanista en sus juveniles escarceos en la Cúcuta natal, que llegó al Congreso y a tres ministerios y que se preparó para ser presidente, pero, para no herir la memoria de los pocos que lo han aplaudido, nunca reconoce que Barco jamás pudo hablar de corrido o que tenía el Alzheimer cuando llegó a la presidencia. Nadie repara en el Barco batallador liberal en Norte de Santander, ni en el Barco que lo colocan como trompo quiñador de ministro de Agricultura o de Hacienda, o de lo que fuera porque ya el sanedrín de Lleras Camargo y Pastrana lo habían seleccionado para gobernarnos. Pero Barco fue tantas cosas antes de ser un presidente olvidadizo pero manejado por César Gaviria (a quien ni menciona ni cita Malcom), que bien vale la pena leer este libro.

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