28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El imperativo ecológico

Por José Hilario López

En este año se están conmemorando cincuenta años del surgimiento de la corriente filosófica conocida como Filosofía de la Liberación, hecho ocurrido en el Congreso Nacional de Filosofía celebrado en 1971 en Córdoba (Argentina) y relanzada con la Declaración de Morelia (México) en 1975. El principal exponente de esta filosofía, fundamento del denominado Pensamiento Crítico Latinoamericano, ha sido Enrique Dussel, el gran pensador argentino-mexicano. Básicamente la Filosofía de la Liberación surge de la necesidad de superar la dominación que se ha establecido entre personas, clases sociales o naciones, donde uno de estos agentes tiene el poder de decisión sobre lo que es conveniente o inconveniente para el otro. Esta dominación explica la dependencia económica, tecnológica, política y cultural de América Latina de los dictados del hemisferio norte, un crudo diagnóstico que obliga a postular una nueva filosofía que recoja nuestra propia realidad, desde una original concepción crítica liberadora, en diálogo transdisciplinario desde nuestra misma perspectiva histórica y sociocultural. 

El mismo Dussel acuñó también como parte de la Filosofía de la Liberación, a semejanza del imperativo kantiano, el concepto de Imperativo Ecológico, que conserva plena vigencia en tiempos de Cambio Global (mal llamado cambio climático) y de pandemias. Este imperativo postula: “¡Debemos actuar de tal manera que nuestras acciones e instituciones permitan la existencia de la vida en el Planeta Tierra, para siempre, perpetuamente! La vida perpetua es el postulado ecológico-político fundamental… se trata de una condición absoluta de todo el resto”. De allí se desprende que la economía hay que repensarla como una ciencia al servicio de la vida y no al servicio de la acumulación capitalista, desde la cual hay que definir la política y la cultura, todo al servicio de la preservación de los ecosistemas, que es en esencia la conservación de la vida en el planeta. 

Para América Latina, la región más biodiversa del mundo y una de las más vulnerables al Cambio Global y donde mayormente impera la desigualdad social, el Imperativo Ecológico debería ser el primer mandamiento guía de nuestra vida personal y colectiva y un código de buen gobierno para nuestros dirigentes. Como en escritos anteriores ya hemos trabajado los demás aspectos de la Filosofía de la Liberación y del Pensamiento Crítico Latinoamericano, centrémonos ahora en el Imperativo Ecológico. 

Los derechos de la Naturaleza y los límites planetarios 

El reconocimiento de los derechos de la Naturaleza es jurídicamente posible y responde a una necesidad práctica y de la mayor urgencia para estructurar un Derecho Ecológico, que permita frenar el proceso de deterioro de la biosfera. “Planetary boundaries”, un reciente informe preparado por  Johan Rockström y otros veintiocho prestigiosos científicos provenientes de tres continentes para el Stockholm Resilience Centre, identifica nueve indicadores del equilibrio planetario, siete de ellos límites de seguridad (por ejemplo, una concentración máxima permisible de 350 partes por millón de CO2 en la atmósfera) y alerta sobre el hecho de que el  sobrepasar uno solo de estos límites puede desencadenar procesos incontrolables que se amplifiquen de manera no lineal, dando lugar a transformaciones abruptas e irreversibles de los ecosistemas. 

El espacio de esta columna sólo permite una ligera referencia a algunos de estos indicadores, tal como me propongo enseguida (en internet se encuentra un PDF con el texto completo del informe “Planetary boundaries”)

Afectaciones a la capa de ozono estratosférico.  Esta capa filtra la radiación ultravioleta del sol; cuando ésta se reduce aumenta la radiación ultravioleta incrementado el riesgo de cáncer de piel en los humanos, así como afectaciones a los ecosistemas marinos y terrestres. Afortunadamente, debido a las medidas adoptadas en el Protocolo de Montreal, parece que se ha logrado detener el proceso de deterioro de la capa de ozono. 

Derretimiento de los casquetes polares. El calentamiento global generado por la emisión de gases de efecto invernadero ha llegado a un punto en el que la pérdida del hielo polar es ya un proceso irreversible. Esta situación se refleja principalmente en el aumento del nivel mar por encima de los niveles actuales, una real amenaza para las ciudades e infraestructura costeras. 

Pérdida de biodiversidad por la acidificación de los océanos. Alrededor de una cuarta parte de CO2 que produce la humanidad se disuelve en los océanos y el ácido carbónico generado altera el pH del agua. Esto va a cambiar seriamente la ecología de los océanos y puede conducir a reducciones drásticas en las poblaciones de peces y demás especies marinas. En comparación con la época preindustrial, la acidez de la superficie de los océanos ha aumentado en un 30%. La acidificación de los océanos es un claro ejemplo de un límite que, en caso de transgresión, implica un enorme cambio en los ecosistemas marinos, con consecuencias para todo el planeta, razón por la cual para muchos ambientalistas la acidificación del agua de mar es uno de los mayores riesgos para los ecosistemas planetarios.  

Afectaciones a los ecosistemas por cambios en el uso del suelo. La destrucción de los bosques para usos agropecuarios, además de las afectaciones a los ecosistemas ya anotados posibilita la transmisión de virus de los animales salvajes a lo humanos, muy seguramente la causa de la actual pandemia y de las que vendrán si no se detiene el proceso. 

Afectaciones a los ecosistemas acuáticos por los agroquímicos. El uso intensivo de fertilizantes y pesticidas es un factor de contaminación de los ecosistemas acuáticos y de afectaciones a la salud humana.  

La huella ecológica 

La huella ecológica se define como “el área de territorio ecológicamente productivo (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesaria para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población dada con un modo de vida específico de forma indefinida”. Su objetivo fundamental consiste en evaluar el impacto sobre los ecosistemas de un determinado modo o forma de vida en relación con la biocapacidad del planeta. Consecuentemente es un indicador clave para la sostenibilidad. La ventaja de la huella ecológica para entender la apropiación humana está en aprovechar su aptitud para hacer comparaciones entre los requerimientos de bienes y servicios por diversas comunidades humanas.  

El cálculo de la huella ecológica es complejo, en algunos casos imposible, lo que constituye su principal limitación como indicador; en cualquier caso, existen diversos métodos para su estimación a partir del análisis de los recursos que una persona consume y de los residuos que produce. Básicamente sus resultados están basados en la observación de los siguientes parámetros: 

  • La cantidad de hectáreas utilizadas para urbanizar, generar infraestructuras y centros de trabajo 
  • Hectáreas necesarias para proporcionar el alimento vegetal necesario para toda la población humana 
  • Superficie necesaria para pastos que alimenten al ganado. 
  • Superficie marina necesaria para producir el recurso pesquero. 
  • Hectáreas de bosque necesarias para capturar el CO2 que genera nuestro consumo energético (a mayor uso de energías renovables, menor huella ecológica) 

En 2005 se estimaba en 1,8 hectáreas la biocapacidad del planeta requerida por cada habitante, vale decir que, si hubiéramos tenido que repartir el terreno productivo del planeta en partes iguales, a cada uno de los más de seis mil millones de habitantes del planeta en ese año, para satisfacer todas sus necesidades durante un año le habrían correspondido 1,8 hectáreas. Con los mismos datos de 2005, el consumo medio por habitante y año era de 2,7 hectáreas, por lo que, a nivel global, estábamos consumiendo más recursos y generando más residuos de los que el planeta podía generar y admitir. Según proyecciones de Naciones Unidas para 2020 la población mundial habría superado los 7.700 millones, lo cual reduciría la biocapacidad del planeta a unas 1,3 hectáreas por habitante y el consumo medio por habitante y por año demandaría 3,5 hectáreas, casi el triple de la oferta global.  Pero óigase esto: ¡si fuese posible que toda la población mundial elevase sus consumos hasta el nivel que hoy tiene una persona rica del primer mundo, se necesitaría disponer de tres planetas como el nuestro! 

El conflicto existente entre la demanda de bienes y servicios que requiere la población mundial y la insuficiencia de los bienes requeridos (mal llamados recursos) que ofrece el planeta, necesariamente nos lleva a concluir que la mayor desigualdad en el mundo es la que existe entre el mundo rico y los países no desarrollados, y que para mejorar la sostenibilidad del planeta es necesario que las clases adineradas, tanto en el primer mundo como en nuestros países, supriman consumos superfluos que les ha impuesto el neoliberalismo y,  como se lo he mostrado en anteriores escritos, bajen el consumo de proteína animal sustituible por proteína vegetal. Con esto se reduciría no sólo la destrucción de los bosques tropicales para expandir el hato ganadero y los cultivos de palma africana para biocombustibles, sino también el desplazamiento de animales salvajes portadores de virus hacia los espacios urbanos, la más probable causa de epidemias como la actual: que si alguna enseñanza útil nos debe dejar el Coronavirus es que podemos vivir con menos. Adicionalmente, es necesario reducir al máximo el uso de energías generadas con combustibles fósiles y sustituirla por energía renovables. 

En nuestro mundo no desarrollado tenemos que hacer todos los esfuerzos por reducir la desigualdad social y mejorar los niveles de educación de las clases más desfavorecidas, lo que se debe traducir en la disminución de las altas tasas de natalidad. Los que más tienen y los países ricos tienen que entender que si no mejoramos la calidad de vida de los habitantes del tercer mundo, va a ser imposible detener el Cambio Global y disminuir el riesgo de futuras pandemias. ¡Nos salvamos todos o no se salva nadie, sería la sentencia de Gaia!