
Por Iván de J. Guzmán López
El “golpe blando” se ha convertido en un fantasma macabro, peor que el de Prudencio Aguilar, que nunca dejó vivir en paz a los Buendía, a tal punto que José Arcadio (acosado por el fantasma) emprendió la travesía de la sierra, hasta fundar a Macondo.
Antes de hablar de este aserto, los invito a la dicha de leer la maravilla de Cien Años de Soledad, en su Capítulo 2, donde encontramos a una Úrsula Iguarán asustada por su pasado y a un José Arcadio Buendía acosado por un terrible fantasma:
“Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último, liquidó el negocio y llevó a la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas.
En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés. Por eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha. Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos; y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer; y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: «No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar». Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio. Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas que se cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Así estuvieron varios meses. Durante el día, él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre. Durante la noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. José Arcadio Buendía fue el último que conoció el rumor.
—Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente —le dijo a su mujer con mucha calma.
—Déjalos que hablen —dijo ella—. Nosotros sabemos que no es cierto.
De modo que la situación siguió igual por otros seis meses; hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso; exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle.
—Te felicito —gritó—. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer.
José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. «Vuelvo en seguida», dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar:
—Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar.
Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta. Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: «Quítate eso». Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. «Tú serás responsable de lo que pase»; murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra.
—Si has de parir iguanas, criaremos iguanas —dijo—. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya.
Era una buena noche de junio, fresca y con luna, y estuvieron despiertos y retozando en la cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio, cargado con el llanto de los parientes de Prudencio Aguilar.
El asunto fue clasificado como un duelo de honor, pero a ambos les quedó un malestar en la conciencia. Una noche en que no podía dormir, Úrsula salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tapón de esparto el hueco de su garganta. No le produjo miedo; sino lástima. Volvió al cuarto a contarle a su esposo lo que había visto; pero él no le hizo caso. «Los muertos no salen»; dijo. «Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia». Dos noches después, Úrsula volvió a ver a Prudencio Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cristalizada del cuello. Otra noche lo vio paseándose bajo la lluvia. José Arcadio Buendía; fastidiado por las alucinaciones de su mujer, salió al patio armado con la lanza. Allí estaba el muerto con su expresión triste.
—Vete al carajo —le gritó José Arcadio Buendía—. Cuantas veces regreses volveré a matarte.
Prudencio Aguilar no se fue ni José Arcadio Buendía se atrevió a arrojar la lanza. Desde entonces no pudo dormir bien. Lo atormentaba la inmensa desolación con que el muerto lo había mirado desde la lluvia, la honda nostalgia con que añoraba a los vivos; la ansiedad con que registraba la casa buscando el agua para mojar su tapón de esparto. «Debe estar sufriendo mucho», le decía a Úrsula. «Se ve que está muy solo». Ella estaba tan conmovida que la próxima vez que vio al muerto destapando las ollas de la hornilla comprendió lo que buscaba, y desde entonces le puso tazones de agua por toda la casa. Una noche en que lo encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no pudo resistir más.
—Está bien, Prudencio —le dijo—. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás, ahora vete tranquilo.
Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido” (….).
Es tal desequilibrio mental y sicológico de Petro, que ya raya en tragicomedia. Wikipedia, dice que “El delirio persecutorio es un conjunto de condiciones delirantes en el que la persona afectada cree que está siendo perseguida”. Sin duda el afectado, Petro, cree que está siendo perseguido hasta por su sombra.
El más reciente espectáculo del Presidente, ocurrió el jueves 12 de septiembre de 2024, en Armenia (Quindío), en donde logró reunir a cerca de 1.500 representantes de medios alternativos (imagino que, obviamente, costeado con dineros públicos). Allí, alertó de cómo se fraguaría un plan en su contra, a un año y nueve meses para finalizar su mandato. La nueva y risible hipótesis tiene como actor principal al titular del Congreso (el muy conservador y, por supuesto, “blanquito”) Efraín Cepeda Sarabia, a quien acusó de tener el ánimo de ocupar su cargo de manera interina hasta el 7 de agosto de 2026 (ignorando que la constitución del 91, no lo habilita).
Aseguró, el primer mandatario, que la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes buscaría destituirlo, para que en su lugar, Cepeda, como presidente del legislativo, sea el que lo reemplace. E, incluso, insinuó que se estarían moviendo grandes cantidades de dinero para llevar a cabo este propósito.
Efraín Cepeda Sarabia, un viejo zorro Conservador, curtido en la política, y que ya demuestra no permitir que le metan los dedos en la boca a Colombia, al Congreso y a su tan mancillado Partido Conservador, ripostó fuertemente al “perseguido”; lo invitó a dejar de lado las teorías conspirativas y en su perfil de X, fue enfático en señalar que de parte suya “lo que se espera es que termine el periodo para el cual fue elegido”; es decir, que gobierne hasta el 7 de agosto de 2026, cuando culminan los cuatro años de mandato para los que fue elegido el 19 de junio del 2022, por corta ventaja”.
Como el señor Presidente ve fantasmas hasta en la sopa -como ocurría a Úrsula Iguarán y a José Arcadio con el difunto Prudencio Aguilar-, lanzó pullas a los miembros de las Fuerzas Militares, pero (no obstante haberlos combatido militar y verbalmente por tantos años) descartó que ellos estuviesen involucrados en un plan macabro en su contra: “El golpe de Estado no son los generales del Ejército viendo cómo tomarse el Palacio y sacar al presidente, no son tan brutos los oligarcas”, afirmó Petro.
“Quieren decirles a los colombianos que el presidente violó la ley, y no la violó, para producir un proceso político de destitución del presidente en la Comisión de Acusaciones de la Cámara. Mucho dinero se está moviendo detrás. Y no quieren que lo digamos”, aseguró Petro a mis ingenuos y esperanzados compañeros de prensa alternativa, en Armenia.
El fantasma que acorrala a Petro y a su séquito de enchufados, en el sentido de que “se está ejecutando un golpe de Estado” empezó a engordar de manera desproporcionada y grotesca cuando el Consejo Nacional Electoral, CNE, encontrara violación de topes electorales, por cerca de $5.355 millones. Una posición que han defendido los magistrados Álvaro Hernán Prada y Benjamín Ortiz, tras la investigación adelantada a las finanzas registradas por la campaña del presidente. Y para completar el panorama que lo pone en la misma situación de gobernante espurio que hoy padece Maduro, igual investigación cursa en la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, que puede aplicar el artículo 109 de la Constitución Política de Colombia de 1991: convocar a un juicio político para que se determine, en plenaria, la continuidad en el cargo del primer mandatario.
El fantasma que acosa a Petro sí existe; es un golpe blando que empezó desde su propia elección, cuando, gerenciada su campaña por el hoy flamante presidente de Ecopetrol, violaron topes electorales, recibieron dineros de oscura procedencia y lograron “el apoyo” de personajes oscuros, logreros y sin catadura moral alguna como los Armando Benedetti, los Luis Fernando Velasco, Juan Fernando Cristo Bustos, el ahora Ministro del Interior (quien, hasta hace apenas mes y medio, era un férreo opositor del Gobierno Petro), sin hablar de un largo etcétera, que cierra el muy liberal Gilberto Murillo, rey y mago de Pasaportes.
Dice Gustavo Álvarez Gardeazabal en una de sus habituales crónicas: “el presidente parece dando tumbos, brama de miedo que lo van a tumbar y muchos sospechamos que quiere repetir la historia del recientemente fallecido Fujimori y se dará el autogolpe”.
La Revista Semana, dice que Petro anunció en Armenia a los medios alternativos que les dará un tercio de la pauta oficial. Ellos gritaban, “Petro, Petro, Petro… no pasarán”.
Como la historia no miente, debo recordar a mis colegas alternativos que en el gobierno de Daniel Quintero, mediante el cual casi acaba con Medellín, solo recibieron uno o dos almuercitos. Y de Quintero a Petro no hay mayor diferencia.
Es decir: las promesas siguen saliendo como palomas en sombrero de mago…, mientras Colombia se hunde.
Mientras tanto, el fantasma de Prudencio Aguilar sigue asustando…
Y para “las muñecas de la mafia…”, en Armenia, ¡Nada!
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