29 octubre, 2025

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El gato que murió de sus siete vidas

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Por Oscar Domínguez G. 

De todas sus vidas falleció la gata Tomasina, una aristócrata sin pedigrí que vivió y se dejó morir en el  barrio La Candelaria, en la ciudad vieja de Bogotá. Amerita recordarla este 29 de octubre, Día Internacional del Gato en Estados Unidos.

Como todos sus colegas, Tomasina “vivía en la eternidad del instante”, dicho sea con el argentino más citado después de Gardel y Mafalda juntos.

Para exorcizar la muerte algunos mortales – me incluyo- solemos frecuentar los cementerios de la ciudad que habitamos. Siempre me encuentro con algún gato haciendo cursillo para muerto.

En los cementerios de Buenos Aires donde viven su muerte Gardel y santa Evita Perón, hay más gatos vivos que personas muertas (sin confirmar sí lo digo). En Miami hacen nube, pero en la calle.

Otro truco para durar más consiste en leer los obituarios del periódico. Un escritor de por acá que no necesita que lo estamos recordando – tuvo que aguantarse el frío Estocolmo para recibir un premio – leía los obituarios y solo cuando constataba que no aparecía en ellos, salía a la llanura. Se había ganado otro día de inmortalidad.

Volvamos a Tomasina.  Cualquier día, nuestra gata aprovechó una ventana que encontró abierta en una casa de La Candelaria,  se coló y se instaló allí sin llenar ningún registro. La casa quedaba equidistante de las que habitaron el poeta Silva, Vargas Vila y Rafael Pombo.

Una gata como Tomasina es todas las gatas. Y para ser inclusivo, un gato es todos los gatos. (No quiero caer en desgracia con la población felina. Lo digo desde mi óptica de sujeto que solo ha tenido perros: Yiya, french poodle, y Nacho, orgullosamente chihuahua. A french muerto chihuahua puesto. De común acuerdo, Nacho acaba de tomar otro rumbo. En su nueva casa no se cambia ni por Dios mano  a mano).

Cuando la conocí, el ama de casa que acogió el insólito huésped felino ejercía el bello oficio de vendedora de libros. Lo mira a usted a los ojos y al rompe descubre qué obra está buscando.

Lo supe cuando visité la Librería Central, de Bogotá, en la calle 94. Algo le dijo a la vendedora que este pecho iba en busca de la primera edición del libro de Gustavo Castro Caycedo “Historias de perros y gatos”.

Mientras me empacaba el libro con todos sus puntos y comas, doña Stella Rozzo y este moreno armamos tremendo croché.

Entrando en honduras y tegucigalpas gatunas la frágil vendedora me contó la historia que amerita aparecer en el libro de Gustavo todas las veces que lo reedite.

Un mal día su Tomasina se largó de casa como había llegado: Sin dar gracias ni dársele un carajo. Se esfumó por la romántica ventana arrodillada (¿¡) por la que había entrado y que era como un palimsesto de serenatas una encima de otra.

Volvió a saber de Tomasina cuatro años después cuando la prófuga entró por la misma ventana por la que se había esfumado. Y ahora, por favor, abróchense los cinturones:  Tan pronto vio a su antigua ama, Tomasina se arrojó en sus brazos… y murió. Stella sintió que había muerto de sus siete vidas.

La vendedora de ficciones nunca se recuperó del impacto. Le dio felina sepultura a la recién llegada y siguió adelante practicando la obra de misericordia consistente en adivinar qué libro buscan los clientes de la Central. (Columna publicada en El Tiempo).

Pie de foto:El periodista samario Jorge Giraldo con su corrector de estilo al hombro.