29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Contraplano: La sabiduría paterna

Por Orlando Cadavid  Correa 

(ocadavidcorrea@gmail.com)

En Antioquia, tierra de los ancestros del envainado  presidente Iván Duque Márquez, el común de la gente juzga que si su homónimo padre viviera, mediante sus consejos y asistencias, otro gallo cantaría ahora en la Casa de Nariño y se le daría un mejor manejo a los problemas socio-económicos de la Colombia del tercer milenio.

El gran ausente –Iván Duque Escobar– nació en el  municipio de Gómez Plata, el 26 de mayo de 1937, y murió en Medellín el 3 de  julio de 2016, a los 79 años.

En su larga vida impuso un palmarés que su hijo nunca igualó: abogado de la Universidad de Antioquia; gobernador de su departamento, entre  1981 y 1982; ministro de Desarrollo y de Minas, del 85 al 86, en el gobierno de su paisano Belisario Betancur; registrador nacional del estado civil, y miembro de las juntas directivas del Banco Cafetero (del que fue presidente) y del Instituto Agrario Nacional y de Coldeportes.

Escribió catorce libros, a saber: Por una nueva política de vivienda, El control fiscal en Colombia, La vivienda económica, Estación urbana y vivienda, La reserva administrativa, Crónica metropolitana, Área metropolitana del Valle de Aburrá, Perfil y huella de Carlos E. Restrepo, Colombia, país exportador de petróleo, El contrato de asociación Ecopetrol-0ccidental, La política petrolera colombiana, El sector energético colombiano, Desarrollo económico y Ajuste fiscal y Energía y desarrollo.

Con semejante recorrido, papá Iván le puso una marca tan alta a su hijo Iván que, de haberla medio igualado, no habría llegado tan inexperto e inmaduro a desempeñar el primer empleo público de su país. Careció de recorrido en la alta burocracia bogotana. Su único cargo de importancia fue la senaduría, a la que lo llevó su “presidente eterno”, Álvaro Uribe.  

Nacido en Bogotá el 1º. de agosto de 1976, cumplió recientemente los 43 años, convirtiéndose en el colombiano más joven en alcanzar, por voto popular, la dignidad presidencial, alto honor que le estarían cobrando los líderes de las multitudinarias protestas de los últimos días a lo largo y ancho del territorio nacional.

Resulta inexplicable que el Iván Júnior haya suscitado tan vigorosa resistencia entre las clases populares de todas las ciudades del país, comenzando por las más grandes, como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, y siguiendo con las intermedias, Cartagena, Bucaramanga, Cúcuta, Manizales, Pereira, Armenia, Popayán, Tunja y Pasto, entre otras.  

El periodista e historiador Oscar Alarcón Núñez hizo en El Espectador esta apretada síntesis de los paros que apuntaban en el pasado a las cabezas presidenciales:

“El paro nacional que se recuerde fue el ocurrido el 14 de septiembre de 1977, a finales del gobierno de López Michelsen. Se asegura que hubo muchos muertos. Los dirigentes de las marchas esparcieron tachuelas por las calles para inmovilizar los automóviles. Por eso al paro se le llamó ‘El de las tachuelas’. A raíz de los hechos de orden público, las Fuerzas Militares le llevaron al jefe del Estado una serie de normas que el mandatario no acogió. Un año después, al posesionarse Turbay Ayala, los militares insistieron en sus propuestas, y el nuevo mandatario sí las aceptó, y a eso se le conoció como el Estatuto de Seguridad”.

Como “el que no oye consejo, no llega a viejo”, el presidente Duque le presta oídos sordos a esta recomendación que le hace, por la radio, el ex ministro Fernando Londoño Hoyos, su copartidario del  Centro Democrático: que, mientras pasa la tormenta, pida una licencia, y que asuma temporalmente el poder la vicepresidente Marta Lucía Ramírez. Eso sería tanto como pasar de Guatemala a Guatepeor.

La apostilla: La burrada del paro nacional, en sus prolegómenos, corrió por cuenta del presidente Duque, quien en discurso televisado, desde Palacio, afirmó que el nombre de Colombia se escribe con P inicial. Pobres de nosotros, los “Polombianos”…