28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Contraplano: Daladier Osorio, un señor reportero

 

Por Orlando Cadavid Correa (foto) (ocadavidcorrea@gmail.com)

Para que el periodista caldense Daladier Osorio Alzate accediera a sacar de su disco duro una parte del anecdotario de media centuria de ejercicio profesional, nos apoyamos en la máxima del caudillo Gilberto Alzate Avendaño: “La virginidad y la modestia son virtudes negativas”.

Alumno muy aplicado de la escuela del maestrísimo Antonio Pardo García, bajo cuyas enseñanzas aprendió a volar, pisó por primera vez en su vida una sala de redacción en la mañana del 2 de diciembre de 1963, en la sede de la cadena radial Caracol, que funcionaba en el número 8-48 de la entonces angosta calle 19, en el centro de Bogotá.

En el inicio de su bachillerato radio-periodístico compartió pupitres con Javier Baena, Rodrigo Pareja, Álvaro Pardo, Timoleón Gómez, Octavio Quintero, Alcibíades Bottía y Álvaro García, entre otros colegas del querido oficio. Las cuartillas que preparaba la acuciosa tropilla eran llevadas al aire por las voces magníficas de Julián Ospina, Julio Eduardo Pinzón y Armando Osorio.

Don Dala puso término a sus 15 años ‘caracoleros’ el 12 de octubre de 1978, cuando dio comienzo, en su segunda etapa, a un largo recorrido en el que manejó el telenoticiero de los Pastranas; compartió la dirección de Todelar con Jorge Enrique Pulido; dirigió las noticias de Tele-Antioquia, y ofició como jefe de comunicaciones de Colsubsidio. Se casó con la dama antioqueña María Eugenia Congote, unión de la que hay tres hijos, que resultaron buenos trotamundos: Mauricio, Daladier y Felipe.

Debido a las limitaciones de espacio, nos vemos forzados a elegir sólo dos de las anécdotas que nos sirvió el hijo de don Clemente y doña Matilde en bandeja de plata: una presidencial y otra cardenalicia.

Cedemos el teclado a nuestro invitado: “Humor a la Valenciana. El título de esta nota no quiere, ni más faltaba, desdibujar la imagen del presidente Guillermo León Valencia. Porque si algo lo distinguía era la hidalguía, sumada a su amabilidad con los periodistas. Generalmente, se sentía a sus anchas cuando los reporteros lo rodeábamos. Todos los actos a los que asistía había que “cubrirlos”. Siempre generaba noticias.

Recuerdo la primera vez que se dirigió personalmente a mí. El presidente Valencia (así, sencillamente, lo identificábamos, quizá porque su nombre era muy largo) acostumbraba, como gesto no conocido a ningún otro estadista, acompañar hasta la puerta de salida del Palacio de San Carlos, a quien había recibido en audiencia en su despacho.

Siempre atentos a lo que pudiera decir, una fría noche (como las que siempre acompañaban el ambiente palaciego) nos atendió sin limitaciones. Quien esto escribe cargaba una pesada grabadora alemana, acompañada de un gran micrófono. Le hizo una pregunta al mandatario y éste,  con su habitual sentido del humor  y para sorpresa de todos, comentó:
“Joven, usted me va a sacar una declaración o me va a sacar  las amígdalas”. La verdad es que no recuerdo si el diálogo continuó o el quórum se desintegró”.

Va ahora la parte cardenalicia, con sismo incorporado: “Cuando el sacerdote Darío del Niño Jesús Castrillón Hoyos, entonces secretario general del Episcopado colombiano, me recibía el cuestionario que le enviaba al Cardenal Aníbal Muñoz Duque, don Antonio Pardo, el director del programa “El personaje de la Semana”, la tierra comenzó a temblar.

Muy lentamente y sin pronunciar palabra alguna en español, se levantó de su asiento y pálido, muy pálido (aunque creo que yo lo estaba más), se llevó la mano izquierda a su pecho y comenzó a pronunciar la fórmula latina de la absolución. Las estructuras de la pequeña oficina donde nos encontrábamos crujían como si se estuvieran desbaratando. Mientras el padre Castrillón recitaba el “Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”, yo mentalmente insistía en que debía abandonar rápidamente el lugar. Afortunadamente, dejó de temblar antes de que pudiera cometer alguna locura.

A pesar de que lo vi tan pálido, me pareció que el padre Castrillón guardó la compostura. Lo que siguió a este suceso (uno de los terremotos más fuertes en el país hasta ese momento) fueron los comentarios entre el padre y yo, obviamente, coincidiendo en que no era fácil, sin romperse una costilla, saltar desde un quinto piso del edificio “Cardenal Luque”, situado en el centro de la capital colombiana, donde nos encontrábamos en ese momento”.

La apostilla: Los progenitores de Daladier se divertían en grande, en Aranzazu, poniéndoles nombres poco comunes a sus parvulitos. Otros dos ejemplos: Dascier y Delaskar.