
Por Guillermo Mejía Mejía (Foto)
El 22 de febrero de 1.996 el Papa Juan Pablo II promulgó la Constitución Apostólica Universi Dominici Grecis, un documento muy denso y exhaustivo de 92 artículos que regula todo lo que tiene que ver con la vacancia de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice.
El tema del Cónclave se ha venido agitando nuevamente en estos días por la edad del Papa Francisco, 88 años, y por su enfermedad que lo ha recluido en el Policlínico Gemelli por más de un mes y como resultado de su padecimiento, el Vaticano dosifica unos comunicados bastante gaseosos que fomentan especulaciones periodísticas internacionales sobre lo que sigue: si el Papa fallece y “el día esté lejano”, si renuncia o si, a pesar de sus limitaciones físicas, continúa al frente de la Iglesia Católica, una religión de aproximadamente 1.406 millones de fieles esparcidos por todo el planeta. O sea, se trata de uno de los personajes más importantes a nivel mundial.
Una de las normas de dicha Constitución es que los cardenales electores no pueden pasar de los 80 años. En estos momentos existen 137 cardenales electores que cumplen este requisito, provenientes de 94 países de todos los continentes, la mayoría de los cuales no se conocen entre sí y hablan una variedad de idiomas y pertenecen a razas y culturas que de alguna forma dificultan el surgimiento de liderazgos a la hora de la escogencia de uno que asuma semejante responsabilidad. Si bien el latín es el idioma oficial de la Iglesia Católica, este solo se utiliza en la elaboración de los documentos de mayor importancia como las encíclicas, las constituciones apostólicas y los motu proprio, pero no es el lenguaje cuotidiano, hoy generalmente el italiano.
En dicha Constitución se prevé que los cardenales, antes de la elección, se reúnan en lo que allí se denomina Congregaciones generales que son asambleas preparatorias, que deben celebrarse a diario con el fin de que cada cardenal exprese su opinión sobre los problemas actuales de la Iglesia, pedir explicaciones en caso de duda y presentar propuestas. O sea que al Cónclave solo se va a votar, pues se supone que en estas reuniones se dé claridad sobre el panorama completo de la comunidad eclesial católica a nivel mundial y seguramente surjan los liderazgos que darán lugar a la elección del nuevo pontífice. Muy seguramente habrá traducciones simultáneas.
En esta Constitución Apostólica de Juan Pablo II, se ratificó el número de cardenales electores a 120, establecida por Pablo VI en 1.973, pero esa norma fue modificada por el Papa Benedicto XVI cuando afirmó en la Carta Apostólica Normas Nonullas que “Ningún Cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, por ningún motivo o pretexto”.
Un dato interesante es que, de los 137 cardenales electores, 109 han sido escogidos por el Papa Francisco, o sea el 79%, los demás fueron creados 23 por Benedicto XVI y 5 por Juan Pablo II.
Y el dato es interesante porque en la Iglesia también se presentan interpretaciones teológicas que no todas coinciden en cuanto a la orientación evangélica. Hay sectores que no han visto con buenos ojos el pontificado de Francisco, unos por defecto y otros por exceso. La Iglesia alemana, por ejemplo, se ha ido un poco más allá de lo ortodoxo y es así como la Asamblea Sinodal, integrada por los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, 69 miembros del Comité Central de los Católicos Alemanes y otros representantes de organizaciones católicas, en total 230 personas, le han propuesto al Papa que reexamine la cuestión del celibato sacerdotal, un reintegro de los sacerdotes ya casados que han abandonado el ministerio, la predicación en la misa por parte de seglares y que estos también administren los sacramentos del bautismo, la unción de los enfermos y la celebración de matrimonios, la bendición de parejas del mismo sexo y divorciadas, inclusión de la diversidad sexual y diaconado para las mujeres, entre otras propuestas.
Por el otro lado, a título de ilustración, se encuentra la iglesia “conservadora” de los Estados Unidos de donde provienen las opiniones más acervas al pontificado de Francisco por sus críticas al capitalismo desmedido, a la negación del cambio climático y las políticas de inmigración, ahora todavía más acentuadas en el gobierno de Trump. Es particularmente notorio el enfrentamiento con Roma de medios de comunicación como EWTN y LifeSiteNews y por otro lado han sido públicas las críticas del cardenal Raymond Burke, norteamericano, especialmente por la apertura pastoral hacia las personas divorciadas y LGBTQ.
Muy desafortunados, por cierto, son los comentarios de tres sacerdotes de distintas nacionalidades que abiertamente hacen bromas sobre la muerte del Papa Francisco a quien “le desean que vaya pronto al cielo”. Estos tres sacerdotes, que hacen más mal que bien a la Iglesia, aparecen en redes sociales, con muchos seguidores, como la del español Francisco José Delgado, de la diócesis de Toledo, en “La Sacristía de la Vendée”, el norteamericano Charles Murr y el mexicano Juan José Raso.
Hace 122 años, la Iglesia Católica se enfrentaba a un dilema igual al que vive hoy y es que para suceder al Papa León XIII, que acababa de fallecer a los 92 años, en 1.903, se presentó un enfrentamiento en el Cónclave entre dos tendencias: una, los que seguían las orientaciones del Papa Pio IX, de estirpe conservadora y otros los que defendían las del Papa recién fallecido, especialmente por su postura frente a la doctrina social de la Iglesia, materializada en la encíclica Rerum Novarum. Al final se eligió a un cardenal del “centro”, un alma piadosa ajena a las intrigas vaticanas, que pedía vehementemente que no votaran por él, el cardenal José Sarto, quien tomó el nombre de Pio X.
P.D. La película Cónclave es muy buena en el género de suspenso, pero está a años luz de lo que prescribe la Constitución Apostólica Universi Dominici Grecis del Papa Juan Pablo II.
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