29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El cielo en la tierra

Por Claudia Posada

Muy difícil no pronunciarnos con respecto a la realidad de la indisciplina social que nos caracteriza y que, esta vez como nunca antes, nos perjudica dramáticamente. Los “vivos” (¿o más bien los brutos?) no faltan, así que sin importarles la situación que no solamente como consecuencia de la pandemia afecta gravemente y puede llegar a colapsar el Sistema Nacional de Salud, contradicen las estrategias para el control del contagio y expansión del virus; compitiendo en insensatez con estos y superándolos en “viveza” aparecen los que dicen estar necesitados de la ayuda para poder subsistir  mientras la cuarentena, pero averiguando un poco, tienen la plata “debajo del colchón” los muy atrevidos. Las localidades, municipios y ciudades capitales tienen los mecanismos para establecer en dónde están y quiénes son los ciudadanos pobres vergonzantes que sí requieren que se les tienda la mano solidariamente. Otros “vivos”, estos sí que dan rabia, salen dizque con “buenísimas” ideas para solicitarle al gobierno nacional,  que disponga comedores comunitarios, humanitarios o qué sé, para que los pobres con hambre vayan allí a recibir la alimentación que es menester; es decir ¿Qué saquen de sus casas a los menesterosos y los aglomeren en espacios improvisados? ¿Que salgan de sus viviendas tres veces al día, se desplacen quien sabe hasta dónde,  compartan con sus pares, y vuelvan día tras día a cumplir la misma peripecia? ¡Por Dios! ¿Hasta ese punto llega el afán de protagonismo y reconocimiento? El gobierno central está ocupándose de los asuntos pertinentes a ese nivel institucional; que se haya demorado en tomar medidas, como opinan algunos, que a veces entren en contradicciones como está sucediendo de pronto también en otros niveles territoriales, en fin, que sean evidentes algunos errores, es una cosa, pero de ahí a sugerir que se pongan más tareas de las que ya tienen con prioridad indiscutible, es perder el sentido de las proporciones.

Otra cruel realidad, por un lado perdimos también el sentido común, y por otra parte parece que el miedo (completamente natural) nos estrechó la capacidad analítica y entonces estamos creyendo  todo cuanto nos llega por las redes sociales. Anónimos, voces sin que se identifiquen plenamente, mensajes sin fecha anunciada igualmente en los audios, autores “desconocidos” e impostores, no son confiables. Por lo demás, hay ciertos individuos que merecen sanciones ejemplares; son tan infames que ponen a rodar información falsa que no solamente nos afecta la salud mental –porque cuando el miedo, que es normal, pasa al pánico- puede precipitar un caos de cualquier tamaño. Un grupo de jóvenes venezolanos, por ejemplo, habituados a unos cuantos pesos conseguidos en el rebusque, obviamente viviendo en condiciones sumamente difíciles, a las que ahora se les suman variables que les empeoraron su día a día,  se enteran que hay una información indicando que la administración local va a dar paquetes de mercado, madrugan esperanzados como sucedió en Medellín; pero resulta que allí, en la plaza del Centro Administrativo La Alpujarra, en el riesgoso tumulto que se formó, se enteran que la convocatoria que los llevó en busca de la ayuda prometida,  fue una falsa noticia. Resultó ser, quizás, una tomadura de pelo de cualquier desocupado que quiso tal vez demostrarse a sí mismo, cuánto alcance podría tener su embuste.

Ojalá, al terminar esta dura pesadilla, cuando la realidad nos aterrice anunciando estadísticas que ya sean historia, entendamos qué es el infierno y cuál es el cielo.  Ojalá comprendamos que nuestro papel en el planeta es disfrutar de sus bellezas, que a los animales se les debe respetar y amar dejándolos vivir en su habitad, que las mascotas son seres sintientes que nos agregan felicidad,  que la naturaleza es sabia, y que la bondad hace de la Tierra el  cielo. ¡Cómo no adivinar entonces: que todos aquellos seres humanos entregados al servicio humanitario desde cualquier frente de acción en estos momentos, remunerado o voluntario,  son la energía creadora del bien, y, aquel espacio en donde  se mueve la  bondad, es el cielo en la Tierra.