Por Carlos Mario Restrepo Tamayo
Las bandas de desechables o habitantes de la calle, en forma preocupante, pasaron de una población en desgracia que se calculaba hasta hace poco en unas 2.000 personas a un número increíble de 11.000, según datos publicados en algunos medios de comunicación, muchos de ellos poseedores en forma muy peligrosa de distintos tipos de armas, adueñados de diferentes sectores del centro, llegados de todas partes del país, traídos por bandas delincuenciales, para que les sirvan de consumidores de droga y distribuidores o mulas de su red de micro tráfico. Han convertido el centro de la ciudad en todo un antro y en una letrina pública intransitable.
Para poder obtener el vicio, estos desechables se valen de toda clase de fechorías, desde lanzarle piedras a los autos y motos que circulan por los bajos de los diferentes puentes que hay en la ciudad y / o atracando a los transeúntes despojándolos de todas sus pertenencias e incluso quitándoles la vida a plena luz del día, sin importarles la cercanía de puestos de control o del mismo comando de la policía. Y en la eventualidad de ser capturados, más se demoran en entrar a una inspección de policía para ser judicializados que en estar nuevamente libres y reincidiendo de nuevo en las calles.
Muchos residentes y comerciantes del centro de la ciudad se quejan permanentemente de los robos que sufren a diario, por ejemplo, con los contadores de agua y luz, los pares y cables de teléfono de apartamentos y locales comerciales.
El centro de la ciudad de nuestra hermosa ciudad «tacita de plata» se ha convertido en una guarida de bandidos, estafadores, ladrones, sicarios, con toda clase de invasores del espacio público, desde ventorrillos hasta talleres de mecánica en plena vía pública y en una oferta de moteles y casas de prostitución, incluso alrededor de la Catedral Basílica Metropolitana y de las iglesias de La Candelaria y de La Veracruz (esperando el bus, esperando el bus) y las autoridades administrativas y de policía olvidan o ignoran que en el ejercicio de sus cargos tienen que cumplir con la constitución y la ley y son responsables por acción y por omisión.
Siempre se habló de la prohibición de la presencia de esta clase de negocios bares, cantinas y prostíbulos al lado de iglesias y de centros de educación, además de los sermones condenatorios con megáfono utilizados por los curas de otras épocas desde los púlpitos.
Qué puede esperar el simple ciudadano de a pie, cuando observa impotente cómo desde la cabeza de este nefasto gobierno de Petro se firman acuerdos de perdón y olvidó con toda clase de bandidos de la mayor peligrosidad. La fiscalía y las altas cortes se caracterizan por su complicidad con la delincuencia, o por decir lo menos, por su falta de eficiencia y de efectividad, trasmitiendo ese ejemplo a todo su equipo de subalternos… Y además, presenciando la mayor corrupción en los congresistas, mal llamados padres de la patria.
Así las cosas, no queda más que decir como expresaba el Chavo del Ocho: «Ahora quién podrá salvarnos».


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