
Por Jorge Alberto Velásquez Peláez
Pocos días atrás un buen amigo mío me regañó diciéndome que mis artículos tan críticos solo contribuyen con la posibilidad de que Colombia sea dominada por el castrochavismo, tal como ocurrió en Venezuela, donde ambos vivimos hace ya más de dos décadas; triste por la fuerte recriminación, no dejé de agradecerle la importancia que le estaba concediendo a mis humildes columnas de opinión, aunque me preocupó que no me controvirtiera, con argumentos convincentes, sobre el supuesto riesgo que afronta nuestra nación, en caso de que los colombianos no votemos para presidencia, por alguno de los cincuenta precandidatos que no son de izquierda, por cierto, muy modestos casi todos ellos.
Días después del regaño, otro amigo, éste mucho más joven, me dijo que dudaba si construir la casa de sus sueños, ahora que lo tiene todo dispuesto para ello, por su temor al castrochavismo, mientras al mismo tiempo, como si hubiera conversado con los dos anteriores, otro gran amigo y vecino afrontaba un principio de crisis nerviosa, por el mismo motivo, aunque sin esperar más encuestas de preferencias electorales, ha querido anticiparse en la búsqueda de clientes para la venta de sus propiedades, decidido como está, a vivir en los EEUU.
No voy a opinar sobre ese concepto, impuesto políticamente, del castrochavismo, pero desde esta columna sugiero otros como el Trumpuribismo, el Bidenpetrismo, el Federicocharismo, o el Federipeñalosacharismo, todos ellos tan preocupantes como el primero.
Mi artículo se centrará en el riesgo que enfrentaremos en los próximos meses, considerando la posibilidad de que los temores de mis tres amigos se extiendan, como lo hicieron lava y piedra pómez del Vesubio sobre Pompeya. Si, por ejemplo, un prohombre cualquiera entre muchos que existen en nuestro país, le dice a un amigo suyo, otro prohombre, que venderá sus propiedades pues no esperará que les sean expropiadas por un gobernante como lo hizo Chávez en Venezuela, esa noticia, por su proveniencia, se difundirá como «palabra de Dios», y motivará a muchos otros quienes querrán hacer lo mismo que el muy importante, sabio, y bien “dateado” doctor, y los medios de comunicación informarán sobre ello y lo harán también la redes sociales, y así, un efecto multiplicador producirá un nerviosismo generalizado, quizás pánico, especialmente si el candidato que más se parece al difunto llanero venezolano perdura en el primer lugar en preferencia de los electores, lo cual no será nada difícil si tenemos en cuenta que con la absurda cantidad de demás candidatos se podrían conformar más de cuatro malísimos equipos de futbol.
Y si todo lo mencionado atrás llegara a ser una realidad, observaríamos tal vez dos consecuencias: una, que ese colectivo temor y la gran cantidad de ricos vendiendo al mismo tiempo sus propiedades y empresas, podrían ser aprovechados por especuladores comprando barato; y de otra parte, que las enormes cantidades de dinero que resulten de esa probable gigantesca y nacional «venta de garaje», tendrían que ser convertidas en dólares que saldrían luego del país, los cuales seguramente, día tras día, por aquello del exceso de demanda, podrían alcanzar cotizaciones de altísimos niveles, dependiendo, claro está, del grado de temor y de su expansión; de ser así, serian entonces menores los ingresos reales de quienes venden por temor, como si se tratara de una expropiación parcial, pero voluntaria y buscada, de las actuales riquezas.
Todo en el país se encarecería si llegáramos, por ejemplo, a una tasa de cambio de seis mil o más pesos colombianos por dólar: el servicio de nuestra deuda externa, los productos importados, y particularmente, en perjuicio de la producción nacional, las materias primas e insumos, y maquinarias y sus partes y piezas; también aumentaría el precio de la bandeja paisa, tan extranjera ella en sus principales ingredientes, aunque quizás quienes promueven el temor al castrochavismo se atrevan a pronosticar, también, que ese delicioso plato colombiano será sustituido por el «pabellón», principal comida criolla del hermano país.
Como se puede concluir, este artículo es especulativo, como especulativos son esos vaticinios desde ciertas orillas políticas respecto a cómo sería nuestra Colombia llegando a la presidencia uno u otro candidato.
No debemos generar temores que cambien la residencia de la inversión nacional y que adicionalmente eviten la residencia en nuestro país de la inversión extranjera.
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