28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El barco hundiéndose y el capitán desorientado

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

En medio de la divulgación de cifras que dan cuenta de cómo los niveles de pobreza, de por sí angustiantes de tiempo atrás en Colombia -ahora creciendo debido a las medidas gubernamentales para controlar la expansión del virus pandémico- aparece una propuesta de reforma tributaria que bien podría haber sido puesta a consideración y análisis de sectores representativos libres de coerciones perversas. Los espacios digamos, naturales para presentar su contenido, fueron en principio algunas comisiones del Congreso, pero desde allí con nada ayudaron para que la información a los ciudadanos –la misma que el gobierno nacional tampoco supo comunicar- trascendiera a la opinión pública mediante una divulgación fluida, clara, concreta, que aportara al discernimiento de sus puntos e invitando a la concertación. No, no está en las “buenas costumbres” de los legisladores, tener en cuenta a los ciudadanos para que ciertos razonamientos se hagan oportunamente ¿y por qué? porque de pronto   afectan sus intereses personales; para ellos, no es bueno divulgar verdades sin antes diseñar la estrategia que los blinde de perspicacias populares. Así que la táctica se concentró en perturbar anticipadamente. 

¿Cómo lograron perturbar al pueblo que, encerrado, con ingresos exiguos, y en muchos casos padeciendo el intenso dolor de pérdidas que están sumando a las estadísticas de muertes por Covid-19, estaba en alto grado de sensibilidad? Fue fácil. Lanzaron aspavientos populistas, estrategia pre-electoral de la que echan mano los representantes de la derecha, como también se oyeron de la izquierda colombiana; por igual hablaron “muy indignados”, voceros nacionales de partidos políticos tradicionales y de otros más nuevos. Escasamente, algunos legisladores debatieron contenidos propiciando espacios virtuales para el discernimiento que esclareciera los contenidos para el debate, pero infortunadamente con su manejo tendencioso le restaron objetividad a la conducción de tales discusiones.   En cambio, medios de comunicación con invitados expertos, tanto de la academia como del mundo de las finanzas, hicieron lo debido en espacios de excelente manejo; desafortunadamente éstos no tuvieron la resonancia necesaria pues las redes sociales son el instrumento preciso para la desinformación y el barullo en el que se ahoga lo bueno de su utilización. 

Entre los miembros de la clase política, de una y otra orilla, se destacaron los irreflexivos y no pocos carentes de sabiduría. Así prendieron la hoguera. Las consecuencias son bien conocidas.  Se enfrentó la sociedad civil con la institucionalidad. Desmanes de unos y otros mostraron cómo los derechos riñen con las ilegalidades y la desorientación agrava las reacciones que se creen legítimas. Ahora quedó en evidencia cómo hay de confusión entre el pueblo colombiano, no hay mesura en el lenguaje ni en sus acciones, como tampoco en la clase dirigente de algunos sectores, que hace de las suyas sin aspavientos. Mientras creamos que todo conflicto es culpa de un único hombre (con nombre propio según si se está con éste o aquel, porque son dos los supuestos salvadores del país) y señalemos con ira a su antagónico como contrarios de Uribe o de Petro, afirmando con total convencimiento que es el otro el culpable de todo este descontrol, no vamos a resolver nada, el asunto va más allá. Somos todos los ciudadanos, desde nuestra propia existencia, con nuestras responsabilidades e influencia en el entorno del que hacemos parte, los llamados a salvar el barco en el que hacemos un viaje tortuoso a ratos, pleno muchas veces; aunque claro está, no precisamente nosotros solos como gentes del común, los mayores responsables de llevar la navegación por aguas serenas o turbulentas. Al pueblo no se le ha enseñado el buen uso del poder que nos da la Constitución colombiana, proporcionándole la información requerida para actuar conforme a ella y en derecho. 

La ignorancia es la madre de la confusión, y es la que aprovechan las clases políticas y dominantes para sembrar incertidumbre, sacando partido de manera infame. 

¿Cuál es el líder político, social, o cívico, o el gran dirigente nacional que en Colombia convoque aglutinando en torno a su nombre e ideas, a grandes mayorías que legitimen en el país lo que se denomina democracia participativa?  

Tenemos una clase política compuesta en un gran porcentaje por ociosas figuras ajenas totalmente a sus deberes, preocupados por sostenerse en sus altos cargos, calentando curules, o en la innecesaria burocracia que apenas si sirve para quemarle incienso a sus sostenedores. Entre todos ellos desfalcan día a día el país con su ineficacia; muchos con la aborrecible corrupción que es su más “interesante habilidad”, y ni qué decir de aquellos serviles cohonestando con posturas que arruinan al país, simplemente por ascender. 

El Estado colombiano está compuesto por tres ramas del poder que deben ser independientes, pero coadyuvantes en el servicio a los ciudadanos. Sus esferas de dominio, competencia y decisión, les dan la potestad y exigen obligaciones que, lamentablemente, hoy vemos muy endebles. Como pueblo colombiano no nos estamos sintiendo protegidos, ni acompañados y mucho menos seguros. La irritante manera de dirigirse a ciertos grupos poblacionales, por parte de quienes creen que pertenecer a clases privilegiadas les da derecho a discriminar, ofender y juzgar, alimenta los conflictos; además, justamente quienes lo hacen con la peor arrogancia, resultan siendo los de menos autoridad moral, comportamiento propio de arribistas indolentes que no saben de sacrificios y honestidad a toda prueba. Es infame que se mida con el mismo racero a los que marchan haciendo uso de su creatividad, pacíficamente y ajenos al vandalismo, señalándolos de bandidos sin diferenciación alguna.  

Importante editorial el del señor Fernando Londoño Hoyos este 29 de abril en su habitual espacio periodístico de Radio Red, precisando aspectos dignos de atención. En él, se refirió a lo que significa anarquía en el contexto de los sucesos del día anterior a su alocución, los mismos que alteraron tan gravemente el orden público, cuando la intención era mostrar el inconformismo ciudadano. Con los planteamientos del uribista Londoño Hoyos coincidimos, esta vez, en su casi totalidad.