Por Claudia Posada
De auto-enamoramiento (también lo llaman arrogancia, soberbia…) están bañados algunos periodistas de los medios de comunicación colombianos. No se entiende cómo es que invitan a sus espacios de información, opinión y análisis, a las fuentes que a su juicio son interesantes para las audiencias, pero no los entrevistan respetuosamente, sino que los acorralan, los interrogan como jueces, los hacen sentir incomodos. Las preguntas son tendenciosas, y si las repuestas no van con sus opiniones personales les contra preguntan con insolencia. Esto se está imponiendo particularmente en la radio e intensificándose como la propagación de un virus; quizá, buscando acercarse a la táctica propicia para competir con las redes sociales. Es entonces cuando extrañamos el estilo responsable, ponderado y ético de figuras del oficio gratamente recordadas como Juan Gossaín, Yamid Amad, Yolanda Ruiz, Darío Arizmendi, o Antonio José Caballero (q.e.p.d.). Son algunos refiriéndome solamente a la radio de otro tiempo, con muy alta audiencia. Hoy, el mismo Daniel Coronell, con reconocimiento merecido, siendo un agudo periodista-investigador entre los actuales, es bastante cuidadoso para preguntar, él no usa el tonito aquel de los auto-enamorados, él demuestra morigeración, seguridad y respeto por los demás, sean quienes sean. Ahora los hay también, aunque escasos, hombres y mujeres de intachable profesionalismo en su trabajo ejercido, por algunos, solamente en plataformas virtuales, al igual que en medios tradicionales como la televisión y la radio; además, en emisoras sostenidas por universidades, tanto como en medios del sistema público, hay oferta de espacios cuyos contenidos son cuidadosamente producidos; así mismo, en canales modernos como los podcasts para ver y oír en cualquier momento y lugar, observamos periodismo serio y comprometido con la misión de llevar a las audiencias claridad informativa para que podamos sacar nuestras propias conclusiones. El importante papel del periodismo libre, como puede ejercerse en Colombia, cobra toda relevancia cuando no se aprovecha ese libertad para la manipulación de preguntas que nos suenan tendenciosas, pero que fascinan a los del club del auto-enemoramiento, creyendo, tal vez, que sus oyentes no lo percibimos, pero la verdad es que los sintonizamos especialmente por la calidad de los invitados.
Vale hoy más que nunca aquello que califica al periodismo como “el cuarto poder”; así, en consecuencia, hay cuidar que se observen y mantengan los principios del oficio periodístico. Uno de los deberes esenciales del periodismo, cual es el de formar opinión pública, está contenido en su misión y en el marco de la responsabilidad social, por lo que no cabe involucrar sesgos personales en la información que se divulga como tal. Creo que más que odio -que lo hay- desde las esferas de poder en todos los espacios de confrontación entre sectores encumbrados por igual, emana la inclinación dañina de darse tono en medios de comunicación y en redes sociales, con posturas engrandecidas envueltas en ropajes de humildad que no les calza; y en ese orden, sus postulados son contenidos que circulan amplia y rápidamente entre los ciudadanos que les hacen eco sin ni siquiera digerir lo que replican. Aquel principio que le da dignidad al periodismo es el estar, sin despabilar, con un altísimo sentido del deber ante la sociedad, atentos a darle veracidad a la información reforzándola por cuenta de distintas fuentes que enriquezcan el relato informativo sin agregar especulaciones o supuestos que tergiversen, sino que nutran, tratando la materia prima que es la información, con la mayor objetividad posible.
En momentos de crisis, cuando precisamente se han agudizado los conflictos políticos y el desasosiego crece siendo aprovechados por fuerzas oscuras, es cuando se revela en mayor medida la importancia de los medios de comunicación que gozan de credibilidad, para contrarrestar los sobresaltos y tensiones dañinos a la voluntad que clama por sanar el país. El combustible de los incendios que brotan inesperadamente y en cualquier parte, está en palabras y frases usuales en el lenguaje agresivo de “nosotros” -los buenos dueños de la verdad- cuando señalamos a los “otros” -los malos que odian y mienten-. Ese lenguaje virulento, insidioso, punzante -similar al de las redes sociales- camuflado en supuestas “interpretaciones sin mala fe” ahora también en boca de mandatarios locales, se instaló hace rato en algunas cabinas de grabación.


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