
Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto)
Si bien se pueden rescatar algunos ejemplos de innovaciones educativas, no existe un modelo educativo en el mundo que funcione hoy a plena satisfacción. Mucho menos, existe uno que sea generalizable a otros países, simplemente porque ello no es posible. En un mundo de confusión sobre los caminos que deben seguir los procesos formativos de las nuevas generaciones, equivaldría a acumular confusiones adicionales en la búsqueda de aquel que responda las necesidades específicas del grado de desarrollo económico, a las carencias, idiosincrasias y culturas.
No hay un solo país en dónde no exista una seria preocupación por la naturaleza de los procesos educativos, su calidad y adecuación a las cambiantes dinámicas del mundo. Preocupación que se acentúa por la inmerecida atención a la pretensión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico – OCDE que, con la denominada prueba PISA, ha pretendido señalar el camino que debe tener la educación en cada país, homogeneizando y estandarizando los modelos, a partir de un muy defectuoso examen escrito, la que se ha probado como no posible, necesario o conveniente. Bien se ha dicho que esa pretensión de estandarización de los procesos y metas educativos es un sinsentido perjudicial.
Todos los países buscan, en recónditos rincones, con la lámpara de Diógenes, la sabiduría y lo justo para que niños y jóvenes puedan tener una educación de calidad y adecuada formación para la buena ciudadanía en países democráticos. En un mundo en donde las democracias son débiles, inexistentes o en proceso de deterioro, no existe un solo país en donde la brújula de la educación y de la formación en la buena ciudadanía apunte a un norte cierto, sino que se ha estado trasegando con una brújula con orientación desvariada.
Persisten los modelos educativos desuetos, firmemente anclados en el pasado, atropellados por los avances en ciencias y tecnología, distantes e ignaros de las presiones sociales, políticas y ambientales, en un mundo complejo que no se alcanza a comprender y que a diario sorprende con nuevos desarrollos y, también, nuevos conflictos cada vez más globales que afectan y confunden a niños y jóvenes quienes son las principales víctimas.
Así, avanzan unas tras otras generaciones de jóvenes apáticos y fríos frente a los procesos educativos y la valía, en abierto declive, que antes se les daba a los certificados y títulos académicos para acceso y desempeño exitoso en el mundo laboral. Desapego y frustración anticipada ante el hecho de la tasa de desempleo en todo el mundo de los jóvenes.
En un informe de la Organización Mundial del Trabajo – OIT, se destacó que, en todo el mundo, en 2023, 64.9 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años estaban desempleadas, o sea, el 13 % de ellos. También se resaltó que la tasa de aquellos que ni estudian ni trabajan (población llamada NINi) fue de 20.4% (con tasas de 13.1% y 28.1%, respectivamente para hombres y mujeres). La mitad de los trabajadores jóvenes tenían un empleo informal, condición que en los países de menores ingresos llevó a que solo el 25% accediera a un empleo por cuenta propia o a un trabajo temporal remunerado. Esta situación crea inseguridad e incapacidad para alcanzar una vida mejor y a las conocidas complicaciones para cimentar sociedades pacíficas basadas en la estabilidad, la inclusión, la justicia social y trabajos decentes para los jóvenes. «Sin igualdad de oportunidades para acceder a la educación y a empleos decentes, millones de jóvenes están perdiendo la oportunidad de un futuro mejor». (https://tinyurl.com/y35nbwva, https://tinyurl.com/yc4c9kzh, https://tinyurl.com/55mztn4w).
En muchos países se insiste en mantener la creencia de que su modelo educativo es apropiado y con persistente vigencia, a pesar de que se le resaltan, con innegables evidencias, sus también persistentes falencias, el creciente desapego de los alumnos frente al modelo y la progresiva desmotivación de los maestros y de los jóvenes egresados de la educación media para tomar la opción de formarse como educador. Con maestros desmotivados, agotados en su trajín diario, niños y jóvenes actúan acorde con lo que observan y viven a diario en sus escuelas.
Una característica generalizada entre países es la de que los maestros no tienen el debido reconocimiento social a su labor, con condiciones salariales y prestacionales débiles, trabajando bajo modelos educativos que insisten en las viejas concepciones de currículo, con separación, desprovista de sustento pedagógico o científico, de contenidos que hoy no tiene ninguna lógica, con lo cual ellos y los alumnos son forzados a separar lo que tiene unidad y a enfatizar la pasividad en el aprendizaje, bajo un modelo «didascálico – céntrico»; o sea, centrados en lo mejor que pueda hacer el maestro bajo condiciones impropias para la enseñanza y el aprendizaje.
Es generalizada la falta de reconocimiento social y gubernamental al buen maestro. No se agrega valía si se es un buen maestro. A esta condición se adiciona el ejercicio de la enseñanza tomado ya no como una profesión, sino a manera de subempleo, como un simple oficio, o una oportunidad para alcanzar, sin motivación adicional, alguna forma de sustento.
Es evidente, así mismo, la ausencia de consideración a los problemas que enfrentan los jóvenes, como generación 8 G en asuntos críticos que requieren adecuada formación como la destrucción ambiental, la extinción masiva de especies, las consecuencias éticas del empleo de ciertas tecnologías digitales, el debilitamiento o inexistencia de gobiernos democráticos, los peligros de guerras y de conflictos armados internos, y el mantenimiento y preservación de los valores humanos esenciales con incorporación creativa de nuevos. (https://tinyurl.com/4axns6aw).
Gobierno y congreso no pudieron en Colombia, en 2024, expedir una ley estatutaria que garantizara el derecho fundamental a la educación, lo que fue indicativo de la falta de norte y de las necesidades y condiciones requeridas para innovar y transformar las prácticas educativas, entre ellas la de asegurar un servicio educativo debidamente financiado; capital económico que es una inversión social, no un gasto como se ha dicho y reconocido siempre.
En el ámbito universitarios se manifiestan los procesos de acreditación de la calidad basados en factores e indicadores que llevan a la acreditación del pasado, con programa académicos distantes de las realidades sociales, culturales y de los avances en ciencias y tecnologías; programas que, además de no responder a demandas actualizadas de los sectores productivos y de los nuevos frentes de trabajo, que surgen a altísima velocidad en el contexto de la actual revolución industrial, están elaborados para el mundo laboral pasado, lejos de la formación en las necesarias habilidades digitales, habilidades verdes y habilidades socioemocionales, con métodos que también niegan la formación en el pensamiento crítico, la creatividad, la autonomía cognitiva y la innovación permanente de las estrategias de enseñanza y de aprendizaje. La buena enseñanza carece de peso y de reconocimiento, así como lo son aquellos que son buenos maestros, excelentes formadores o con formas de producción intelectual diferentes a las de los investigadores.
Las estructuras burocráticas en los gobiernos, con los ministerios que concurren en los procesos formativos de las nuevas generaciones, permanecen congeladas en tiempos ya idos, ajenas a la innovación y a la transformación que se requieren. Lo que se enseña y lo poco que se puede aprender o no tiene pertinencia o su utilidad se agota con rapidez, acrecentando la desilusión de los jóvenes con la educación que se les ofrece construida y abandonada con sus desatinos por las generaciones previas.
Hoy, en la práctica, se ha encontrado que la mera idea de las propuestas de innovaciones y de nuevos modelos educativos asusta a muchos gobernantes.
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