Por Iván de J. Guzmán López
Dos años de Petro y el M-19 en el poder, sólo le ha traído a Colombia pobreza y destrucción de imagen e institucionalidad. Durante estos dos tortuosos años (hasta los más pobres lo rechazan) sólo se ha ocupado en implementar un modelo que lleva a la tiranía, donde el derroche, los privilegios para la secta de incondicionales, la destrucción de la institucionalidad, el derrumbe de la economía, el ataque a quienes producen riqueza, el ataque a la libertad de prensa, el uso de los dineros públicos convertidos en subsidios para dominar a los “empobrecidos”, con el cebo del “vivir sabroso”, es la tarea diaria.
Es como si los “progres” (una cuasi filosofía política que empobreció a Venezuela, Cuba, Nicaragua y Argentina; de cuyas garras no ha podido zafarse Brasil, México, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador, y que amenaza con destruir a Colombia), se multiplicaran por arte de magia con sus “reformas” regresivas, disfrazadas todas de bienaventuranza para los más necesitados; pero en esencia no son más que una pandilla que llega al poder en virtud de la estupidez humana, encabezada por personajes sin ninguna capacidad administrativa, ética o moral, para dirigir una nación.
Para comprender mejor las circunstancias de los países tristemente enumerados, y centrándonos en una tiranía moribunda como la venezolana y en un peligro latente como es el colombiano, citemos que el «progre» se ve aureolado de tres rasgos que definen su médula:
- De cara al sistema político, es “renovador, reformista e innovador».
- De cara a sí mismo, es «tolerante, humanista y laico».
- De cara a su ubicación, es «de izquierda», «de centro izquierda» o «centrista»; y si es centrista, por supuesto, se reafirma diciendo que es de centro «progresista» porque más acá de la izquierda hay que añadir una muletilla. Debemos acotar que “lo «progre» y lo «regre» son las dos caras de la misma moneda: la de la estupidez aplicada a la política y al día a día.
Difícil entender cómo la gente vota por estos progres, que se hacen pasar por izquierda, si no es apegándonos a la filosofía que define a la estupidez humana: “entendemos por estupidez no solamente la incapacidad para pensar y tomar decisiones por cuenta propia sino, también, la incapacidad para orientar nuestra propia vida en mérito a ello”. Y aquí debo añadir que, en más de 200 años de vida republicana, hemos orientado muy mal nuestra vida como país.
Petro y su pandilla están convencidos de la estupidez de millones de colombianos, y en virtud de ello, actúan, hablan y proponen: en este esquema se asimilan los “globos” (que ya dieron resultado en Venezuela, cuba y Nicaragua), y que la prensa resume así:
1. Aeropuerto internacional en la alta Guajira construido por el ejército.
2. Tren elevado de Buenaventura a Barranquilla.
3. 50 nuevas universidades públicas en zonas rurales (como si la educación superior fuera infraestructura).
4. Una gran hidroeléctrica en López de Micay (cuestionada desde hace décadas por sus impactos ambientales).
5. Producción de hidrógeno verde en el Charco, Nariño.
6. Un sistema de información puesto en funcionamiento en seis meses que reemplazará las EPS.
7. 15 millones de turistas internacionales que reemplazarán la producción interna de petróleo
8. Tres millones de hectáreas (inversión de 60 billones) compradas en cuatro años para entregar a
“campesinos”.
9. Juntas de Acción Comunal encargadas de llevar fibra óptica a buena parte del país.
10. Un gran parque eólico en La Guajira administrado por las comunidades indígenas.
11. Un canal interoceánico para el Chocó
12. Reforma a la salud (hoy un fracaso rotundo)
13. Reforma educativa (sin ningún rumbo)
14. Reforma Laboral (sin aprobación en la cámara)
15. Reforma constituyente (desinflado)
16. Fast Track, mediante el cual se harían reformas constitucionales en solo 4 debates (desinflado)
17. Y ahora, el más estúpido de todos: reformar el escudo de Colombia, como si un signo patrio, referente de la historia de una nación, se pudiera cambiar con el clima. Este globo busca ocultar el desgobierno, la justicia inoperante ante la corrupción, el gobierno terminal de su amigo Nicolás Maduro y la pobreza generalizada en Colombia.
Como todo globo, estos han tenido vida efímera (se pierden, se abandonan o se queman) pero han servido para mantener ocupados al país político y a la prensa, mientras Petro y su tropilla se ríen de Colombia.
En su libro, Las leyes fundamentales de la estupidez humana, el historiador y economista italiano Carlos M. Cipolla, argumenta:
“A la estupidez, que no conoce límites, solo cabe combatirla, por muy desigual que resulte la lucha y mucha sea la pereza que nos venza. Es preciso sacudírsela permanentemente para no tener que deplorar males mayores, porque es más dañina que la maldad. Este breve tratado sobre la estupidez humana va dirigido contra los idiotas, tontos y necios que nos rodean, y contra las ideologías que contribuyen poderosamente cada día a incrementar sus filas y fomentar la estupidez: son jaulas de las que no se puede salir, que impiden pensar, discurrir, dudar y razonar. Es el tiempo del más obtuso populismo, de las frivolidades de la posverdad, de los estragos del nacionalismo, de los desvaríos del nuevo lenguaje presuntamente inclusivo, de la ciega militancia del animalismo y del postureo de cierto feminismo de sofá”.
Acabamos de padecer dos años de despilfarro y retrocesos; los dos siguientes, necesariamente serán más tortuosos, porque en ellos se recogerá lo que se ha sembrado: corrupción, miseria, pobreza, violencia y desgobierno. Y ahora, en compañía de Brasil y México, dilatando la caída del tiranosaurio Maduro, somos parias en el mundo, ¡defendiendo causa de tiranos!


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