
Por Darío Ruiz Gómez
¿A quiénes podremos llamar en Colombia salvaguardas de la verdad?
La carta del excanciller Leyva denunciando la adicción al alcohol y a las drogas del Presidente Petro no deja duda al respecto. Leyva ha sido siempre en política un genio del mal que consuma astucia le ha sabido sacar provecho a su pertenencia al alto mundo social bogotano, tal como debutó exprimiendo todo lo que pudo a las FARC de Tiro Fijo y de Sandra Ramírez.
La negociación de los secuestrados en el extranjero fue un negocio redondo, por ejemplo. Si lo convirtió en Canciller es porque Petro, siguiendo el arribismo de todo líder populista aspiraba a contar en su Gabinete ministerial con un representante de la oligarquía blanca sin darse cuenta de que con este nombramiento se estaba dando un tiro en el pie, pues Leyva ante el caso de los pasaportes no admitía ser despedido por las malas y al escribir su carta por más que algunos jueces o magistrados traten de impedirlo, Petro ha quedado para la historia como un Presidente drogadicto y alcohólico.
Egregios bebedores fueron algunos presidentes que incluso recurrieron ocasionalmente a la cocaína para curar las grandes resacas, mantener los modales y responder a las apretadas agendas de trabajo.
Quién llegaba a la Presidencia contaba primero con el conocimiento de las normas de la diplomacia, la preparación debida para las distintas ceremonias oficiales, etc. La carta del excanciller Leyva es pues la de un diplomático de clase, la de un político educado en las formalidades que se requieren para desempeñar a nivel internacional un alto cargo. Es aquí donde los profesionales de la desinformación, recuerden a Vendrell, a Chamorro, a Guanumen quien aconsejaba que era necesario correr la línea de la ética, han empezado su tarea de imponer la verdad posmoderna, ablandando los hechos cuando alguna periodista asevera que es posible que Petro se saltara durante dos días su agenda por ternura hacia su familia y amor a los parques de París.
Tiernas falacias que desde luego no pueden ser tomadas en serio por quienes, en este caso el Comité de Acusaciones de la Cámara, deben castigar ejemplarmente esta ofensa al país. Las bodegas han comenzado a actuar desenfrenadamente.
Encuestas de opinión infladas, informes falsos sobre la realidad de nuestras carreteras tomadas por bandas de asaltantes, y ahora el expresidente Santos, clave en su nombramiento como Presidente denuncia públicamente el hecho de suma gravedad de que con los helicópteros oficiales Danilo Ruedo, alias “El Lamelabios”, íntimo de Monseñor Darío Monsalve, había sacado uno por uno de sus escondites a Calarcá e Iván Mordisco y su séquito de desalmados, los reunió en el Yarí para que el Gobierno popular, científico y de masas lo reconociera como “Las Disidencias de las FARC,” quienes junto al ELN conformarían el supuesto enemigo a combatir.
Había que crear un escenario bélico y el Ministro de Defensa convirtió a El Plateado en ese escenario para impedir la toma del Cañón del Micay y permitir que la violencia contra la población no cese desmantelando ejército y policía.
La denuncia del expresidente es una verdad incontrovertible que ya comienza a ser deformada por las versiones falsas de las bodegas. Calarcá, cuya trayectoria delincuencial es clara, fue el autor de la masacre de los nueve muchachitos en el Guaviare, pero ahora esta oficina de desinformación se inventa a un tal Miller para que sobre éste recaiga toda la culpa con el objetivo de que el dueto Calarcá-Noboa, Mordisco-Gonzalez-Cifuentes siga hablando de paz eternamente mientras afirman sus territorios y chantajean a sus gentes.
Matar a la verdad es concederle licencia de corso a estos grupos de bandoleros en un momento de nuestra historia en que para fortuna de la democracia que defendemos esta triste farsa oficial ya no convence a nadie.
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