24 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Discriminar a Francia Márquez es aberrante

Claudia Posada

Por Claudia Posada 

Las luchas por la conquista de los derechos sociales y políticos de las mujeres han transcurrido por siglos; y van del feminismo radical del siglo XVIII, al ciberfeminismo de hoy. La llamada tercera ola (que es supuestamente en la que estamos) tuvo un evidente “receso” que se empieza a percibir un poco antes de la Segunda Guerra Mundial y hasta un poco después. Los nuevos debates de género resurgen con claras dificultades que exigen mayor énfasis en abogar por libertades sexuales, las que necesariamente ponen en aprietos a los abusadores “machos” cuya figura del acoso enredan (ellos y algunas ellas) para su defensa; por lo demás, se enfrentan moralismos.

Las primeras mujeres que se atrevieron a ponerle el pecho, con tanta valentía, a las discriminaciones explicitas de género, llegaron inclusive a ser encarceladas y colgadas en hogueras. Ellas hablaban y actuaban en nombre de sus congéneres; algunas de éstas, además, lideraron luchas afectas a las de los trabajadores -hombres y mujeres- para quienes no había tratamiento humanamente digno. Y ni qué decir de cómo se les miraba y trataba a los negros. Hubo algunas mujeres negras, pocas, pero muy valerosas, que desafiaron persecuciones infames apoyando a sus semejantes “de color” por sus reivindicaciones; aunque la sumisión de la mayoría avanzó hasta nuestros días, precisamente fueron los mismos hombres quienes temían que sus propias batallas fueran minimizadas al intervenir mujeres a su favor, bien fuera en lidias por la clase obrera, la equidad de género, o bien por la raza negra.

Similares conflictos en el mundo moderno, paradójicamente, persisten.  Así como se visibilizan abusos machistas -que siempre los ha habido- el ciberespacio recoge información de cualquier ámbito de la vida dando cuenta de lo que las sociedades rechazan o defienden.  Al posibilitarse la interacción global (cobertura antes impensable) bajo distintas plataformas digitales, en las redes sociales, lo mismo que los medios tradicionales como canales que informan con inmediatez, hoy, a la vez, se pueden remirar, repensar, o confrontar si se quiere, contenidos y reacciones que permiten medir (técnica o empíricamente) qué es lo que subsiste entre los ciudadanos.

Fue con la publicación del libro El segundo sexo, escrito por la filósofa francesa Simone de Beauvoir, cuando resucitaron las revoluciones feministas adormecidas durante la Segunda Guerra Mundial. (Las mujeres estaban consagradas plenamente a la familia, cuidaban sus hogares, sus niños; no era el momento para revueltas, no había tiempo ni entusiasmo para batallas femeninas, la guerra producía suficiente dolor). Con la fecha en marzo, que inmortaliza los días aciagos de luchas reclamando derechos que, sutilmente, siguen siendo negados, se llevan a efecto jornadas conmemorativas en distintos escenarios del mundo; algunas de éstas, salpicadas por acciones violentas, desdibujan los objetivos de género y obviamente retrasan las metas; así no es cómo se logra transmitir mensajes de reflexión positiva que aporte al tema.

En Colombia, las preocupaciones por la igualdad de oportunidades, por la libertad sexual, por los derechos políticos, civiles y sociales de las mujeres, parece que se quedaron en el siglo XVIII. En ciertos fragmentos de nuestra sociedad, y por las voces desde distintas esferas sociales ancladas a estas alturas en posturas clasistas, (sin que sean todas porque pertenezcan a los sectores privilegiados pues los hay de distintos matices socio-económicos y educativos), se disfrazan fanatismos excluyentes justificándolos con afrentas como látigos invisibles. Aquí tenemos una vicepresidente negra, de extracción popular que no usurpó el cargo que ostenta -se lo dio el pueblo en democracia-, trabaja responsablemente en el cumplimiento de sus deberes; es coherente en lo que dice con lo que piensa; y no es de doble faz. Ella no ha mostrado, y mucho menos se le ha demostrado, relaciones non santas, chanchullos, componendas, o el recibo de dádivas comprometedoras; la señora Francia Márquez, por estos días, ha sido víctima de señalamientos infames, burlas, sarcasmos; odiosas comparaciones que hablan por sí mismas de la arbitrariedad aberrante de un sociedad escasa en empatías, generosa en genuflexiones serviles para con el poder del dinero, y muy tolerante para con exclusiones en materia de igualdad ante los mismos derechos.