29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Discriminación y desigualdad

Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López 

En tiempos de pandemia y de agudización de la violencia que afecta a las comunidades afrocolombianas e indígenas del occidente y sur del país, me propongo repasar y actualizar algunos de mis escritos anteriores sobre la desigualdad. Empezaré refiriéndome a un artículo de Gerardo Lissay, publicado por BBC News el pasado mes febrero, titulado ¿”Por qué América Latina es la región más desigual en el planeta? (https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51390621). 

La gran disparidad entre la clase alta que acumula la mayor porción de la riqueza y el resto de la población latinoamericana, en gran parte se explica por el color de la piel: los afrodescendientes e indígenas en su mayoría son pobres y tienen menos posibilidades de educación de tener un trabajo formal, que los blancos. Según el Informe sobre Desarrollo Humano 2019 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), en AL el 10% más rico concentra el 37% del total de los ingresos, porción mayor que en cualquier otra región del mundo, mientras que el 40% más pobre recibe sólo el 13%, aberración cuyos orígenes hay que rastrearlos en nuestro pasado colonial. 

La colonización española sembró la semilla de la desigualdad al apoderarse de las mejores tierras soporte de las economías agrícolas de los aborígenes, despojo que dio origen a lconformación de unas pocas familias muy ricas de origen europeo, condenado a la pobreza a la restante población con sangre nativa. Esta desigualdad se mantiene hoy en la ruralidad con predominio de población indígena y afrodescendiente. Según la Cepal, en 2018 la tasa de pobreza de los indo y afroamericanos era del 49%, el doble de la registrada para el resto de los campesinos; la pobreza extrema para aquellas mismas comunidades era del  18%. 

Según Nora Lustig, profesora de la Universidad de Tulane en New Orleans y directora del Instituto Compromiso con la Equidad: «La coexistencia de gente de ascendencia europea con indígenas y afrodescendientes está en la médula de por qué no se ha podido reducir la desigualdad (..) y los países donde menos desigualdad existe son los que no tienen una diversidad étnica y racial tan marcada (..), tales como Argentina, Costa Rica y Uruguay”.

Centrémonos ahora en el caso colombiano, extensivo a los demás países con alta presencia de población con piel oscura. Un estudio del profesor Jaime Torres González (jatorres@zedat.fu-berlin.de) títulado “Formación de la personalidad autoritaria en Colombia y la exclusión y violencia contra el sujeto étnicamente diferente”, comentado en mi columna “La inequidad en  Colombia” (Periódico El Mundo, 29/10/13), pone en evidencia el componente racista de nuestro secular conflicto agrario, agudizado con la violencia partidista de mediados del siglo pasado, de donde surgieron las guerrillas revolucionarias y más tarde el paramilitarismo, su contraparte, amén de todo tipo de organizaciones criminales, concentradas ahora en los poblados afro e indoamericanos. 

La colonización española empezó con el sometimiento y despojo de las  tierras de las tribus sedentarias que poblaban nuestro territorio, para la implantación de las encomiendas, sistema de servidumbre similar al feudalismo europeo, pero agravado por la condición de seres inferiores que se les dio a los nativos. 

Ante la resistencia indígena a la esclavitud y vasallaje,  gran parte de su población fue casi exterminada con violencia a lo cual se sumaron las enfermedades traídas por los conquistadores, lo que obligó a la Corona Española a autorizar la importación de esclavos negros africanos. Con la llegada de estos seres empezaron a surgir asentamientos de negros, palenqueros y libertos, así como de mulatos, zambos y mestizos. 

Hacia el final del período colonial para cursar y obtener grados en las únicas profesiones existentes entonces, la jurisprudencia y la carrera eclesiástica, era indispensable probar la limpieza de sangre. Como anota el historiador Jaime Jaramillo Uribe: «La exclusividad de la educación para los blancos sumada a la posesión de las mejores tierras para la agricultura y la ganadería, así como la abundancia de mano de obra no pagada, explica la concentración de la riqueza en las élites descendientes directas de los colonizadores españoles”. 

En un principio con los colonizadores llegaron pocas mujeres y el único que las podía desposar era el varón blanco, quien además podía acceder carnalmente a las indias, negras y zambas, el derecho de pernada, con lo que se logró disponer  de una abundante población mestiza y mulata, “Los siervos sin tierra” de Eduardo Caballero Calderón.  

Como consecuencia de la segregación social y económica, Colombia es hoy uno de los países con la mayor inequidad en AL. Por otro lado, se registran correlaciones directas entre la pobreza y los siguientes indicadores: homicidios, desconfianza en las instituciones, alcoholismo y drogadicción, enfermedades mentales, suicidios, mortalidad infantil, delincuencia, cantidad de presos como porcentaje de la población carcelaria total y bajos niveles de educación, a los que se agrega la agudización de los conflictos sociales y la violencia.  Más que por la pobreza, el conflicto social se genera por las diferencias en la concentración de la riqueza, como se verá a continuación. 

Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Índice de Desarrollo Humano (IDH) mejoró significativamente en Colombia, como que en las últimas décadas pasó de ocupar el puesto 95 al 79. No obstante, estos avances se ven opacados por los altos niveles de desigualdad, lo mismo que en casi todos los países de AL.  

“Hoy en día tenemos ante nosotros la cresta de una ola de desigualdad. Lo que ocurra a continuación dependerá de las decisiones que tomemos. La desigualdad comienza en el momento del nacimiento, define la libertad y las oportunidades de los niños, adultos y personas mayores y se transmite a la siguiente generación”, explica Achim Steiner, administrador del PNUD. 

A pesar de los avances logrados con la Constitución de 1991 en el reconocimiento de los derechos de las minorías étnicas, las zonas con mayor desplazamiento violento, masacres y atentados a los derechos humanos ocurren donde la mayoría de la  población tiene piel oscura: Urabá, El Chocó y el litoral Pacífico, El Magdalena Medio, El Bajo Cauca, El Catatumbo y en las reserva indígenas. Como lo anota el Profesor Torres González: “la facilidad con que los grupos violentos arremeten contra estas mayorías étnicas indica que el sustrato ideológico racista que ayuda a legitimar sus atropellos todavía cuenta con gran fuerza. Las políticas de integración social, de reconocimiento de los derechos individuales, étnicos, culturales y sociales, la educación inclusiva y la democracia económica, tienen todavía un largo trecho por recorrer”. 

En próxima columna veremos como la actual pandemia agudizará el conflicto social. Si queremos tener un país en paz, es el momento de substanciales reformas económicas y sociales.