19 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Devoción especial

Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. (foto). 

De acá para allá, les toca andar a las auxiliares de enfermería que prestan asistencia domiciliaria. En ocasiones caminan sin dirección concreta en razón a que muchas viviendas no tienen nomenclatura y otras están agarradas a las laderas del Valle de Aburrá. Para llegar allí sortean infinidad de adversidades que van desde las llamadas fronteras invisibles en poder de los combos delincuenciales hasta la imposibilidad de acceso vehicular. 

Con un atril metálico, una carpeta de programación y una mochila repleta de medicamentos, antisépticos, solución salina, material de control de riesgo biológico y catéteres; las abnegadas profesionales inician el recorrido cotidiano divido por zonas del área metropolitana. La mayoría son mujeres cabeza de hogar y desplazadas por los distintos actores de la violencia que, día a día, comienzan la jornada laboral con una devoción especial. 

Los 23.980 kilómetros de extensión y los 30 municipios del departamento de Córdoba han sido afectados por el conflicto armado. La situación humanitaria de Liseth y su familia, los trasladó forzosamente a Medellín.  Guerrilleros, paracos y organizaciones criminales los dejaron con la ropa que tenían puesta; aquella tarde que estos últimos invadieron la tienda para instalar un cuartel a orillas de los ríos San Pedro y San Jorge. Refugiados en la vivienda de un conocido empezaron de cero. Ella como empleada doméstica y su esposo descargando material de construcción. 

Privados de los medios de vida, la pareja de cordobeses, se enfrentó a la dificultad con suma determinación. Seis años atrás, Liseth, validó el bachillerato y comenzó a estudiar la técnica parar ser auxiliar de enfermería. Su cónyuge aprendió un oficio en el Sena. Engañados por el canto de sirena y la ilusión de levantar una casita en el sector de las canteras al norte de la ciudad, sin saberlo, compraron varias fanegas de tierra igual de impalpables al humo. 

“¡Yo veía una casa con piso y decía esa gente es rica! Algún día voy hacer la mía más hermosa”. Gracias a la fuerza de su aspiración particular y la vinculación a una Eps, la auxiliar de enfermería, dio principio a la cimentación de su futuro hogar en predios ilegales.  

“A los pillos del sector les tenemos que pagar veinte mil pesos por cada viaje para poder subir los materiales y para que no nos desvalijen la casita. Aún no le hemos colocado el piso, pero, si usted viera la vista tan hermosa que tiene hacia Medellín”. Al instante que pronunciaba esas palabras sus ojos se llenaron de lágrimas a manera de levantar el corazón a Dios implorando su favor. 

“Cuando visito pacientes en los corregimientos y las comunas más complejas, siento mucha rabia con el alcalde de Medellín que, a toda hora, dice que mi empresa solo presta el servicio a los ricos. No sabe cuánto duele que diga eso. Él no tiene idea de las necesidades, los riesgos, el miedo y el sacrificio de nosotras. A la final, Pinturita, solo sabe mentir. Mire ¡Cómo acabo con todo lo bueno que tenían ustedes los paisas!”; apretando la mandíbula, Liseth, siguió con el relato de sus jornadas matutinas y nocturnas con la finalidad de llegar a los todos los rincones del distrito. 

En ciertas fechas, a ella y a sus demás compañeras, les toca subir más de cuatrocientos peldaños irregulares entre el barro y la oscuridad propia de la marginalidad. A veces, no pueden parquear la unidad de hospitalización debido al cierre de la vía a manos de los bandidos, las fiestas barriales o la agresión verbal ‘de la que se cree la dueña de la cuadra’. No pueden dar papaya con el iPad que contiene la historia clínica de los pacientes ni el celular empresarial o personal dado que los ladrones andan detrás de esos vehículos. Sin duda, trabajan movidas por la vocación y el deseo constante de superación. 

“Señor periodista, lo más triste pasa cuando no podemos ofrecer los cuidados paliativos a los pacientes terminales, ya que los dueños de meros barrios no nos dejan pasar, dizque, por su seguridad. No vale explicación ni súplica para que nos dejen seguir. En mi caso, me devuelvo con el ánimo en la mano”. 

A pesar de los reveses, Liseth, es agradecida y optimista. “Mi Eps es una maravilla. Nos firman contrato indefinido, nos cuidan demasiado, el trato hacia los pacientes y nosotras es muy considerado, y las garantías laborales me llevan a soñar que pronto terminaré mi casita. La verdad no entiendo ¿por qué la ministra de Salud quiere acabar las Eps?… ¡De lo poquito que funciona bien en este país!”.