Por Enrique E. Batista J., Ph. D.
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A lo largo de la historia, varios hitos permitieron la creación y el desarrollo de la escuela como institución social esencial. Hitos que a la vez transformaron profundamente la labor del maestro, hasta convertirla, hace pocas décadas, en una profesión, afiliada, como siempre se dijo, a una vocación de servicio y a un compromiso social con normas de comportamiento bastante cercanas a la santidad.
La labor del maestro, en su esencia más íntima, ha sufrido pocas variaciones que se pueden subsumir en: «Enseñar para formar» y «Enseñar para aprender». Históricamente considerada, «formar» ha sido el foco de su labor. Maestro sin los conocimientos y actitudes para formar es simplemente un dilapidador de talentos, un castigador, un obstructor o anulador de inteligencias y voluntades, un represor de la alegría que experimentan los niños al ser formados, al aprender y progresar con sus ejercicios escolares en los años de gozo e inocencia desde sus primeros contactos con la educación formal.
Con obvio énfasis, el propio maestro necesita ser formado, y también, aprender con alegría. Eso es axiomático, aunque su proceso de formación ha sido sustancialmente distinto a lo largo del tiempo, como lo han sido sus roles y su modelo de identidad.
Una cantidad grande de cambios, que incluyen los avances en ciencias y tecnologías, la concepción sobre la naturaleza humana, la comprensión de las fases del desarrollo físico e intelectual de los humanos, y los juicios variados sobre la naturaleza del niño y del aprendizaje, han cambiado la naturaleza de los procesos formativos e impulsado una variedad más amplia de metas de la educación. Cambios que, a la vez, han llevado a ahondar el pensamiento sobre la función social de la escuela y de la educación misma, convertida en un derecho humano inalienable, al lado de la conciencia ciudadana sobre calidad, diversidad, inclusión y medio ambiente; conciencia que ha sido acrecentada por el establecimiento y auditoría de los sistemas de educación pública y por la obligatoriedad de la asistencia a la escuela con calidad para todos.
A lo largo del tiempo, ha aumentado la comprensión de las diversas necesidades de los estudiantes; la variedad de aportes tecnológicos ha afectado, con frecuencia a regañadientes y con estigmatización, la naturaleza del trabajo formativo de los niños y jóvenes. Hoy, en la formación de los maestros concurren las habilidades digitales, la integración de áreas formativas, las habilidades socioemocionales, el aprendizaje situado, personalizado y prescriptivo, el aprendizaje en línea, la ética, la seguridad informática, y la inteligencia artificial. A los que se agrega una amplia variedad de otros avances y herramientas tecnológicas, los derechos humanos, la democracia participativa, el medio ambiente, perfecta habitabilidad de las escuelas, y el derecho al acceso pleno y en tiempo real a los necesarios recursos para la enseñanza y el aprendizaje.
Aparte del trabajo integrado por áreas de formación, se promueve la innovación con métodos de enseñanza y de aprendizaje para superar creativamente prácticas pedagógicas insustentables hoy, incluidos algunos ritos compulsivos escolares como los horarios, la examinación (tomada como práctica insustituible del seguimiento y certificación de logros), la curricularización y los espacios escolares rígidos que, amarrados con el sopor de la tradición improductiva, frenan la innovación y la construcción de ambientes interactivo, abiertos y flexible, para el aprendizaje activo y situado. O sea, conviene dejar para la arqueología el registro del modelo de escuela tradicional; dejar a la historia el recuento sobre el maestro que «transmite contenidos», dejar para el relato histórico la concepción de que el maestro es la «fuente de la información», dejar para la narración anecdótica la historia del aprendizaje pasivo y desmotivador; dejar para la historia las aulas tradicionales que fomentan el aprendizaje pasivo e improductivo que afecta el interés y motivación de los alumnos.
En un recorrido desde el más antiguo imperio sumerio hasta este siglo XXI, se encuentran como maestros a: escribas y comerciantes, sacerdotes centrados en la religión y ritos sagrados, el pedagogo que era un esclavo instruido que enseñaba a los niños filosofía, retórica y gimnasia, clérigos que ponían énfasis en teología, lógica, fe cristiana y en la disciplina, intelectuales pensadores de la pedagogía que enfatizaban el pensamiento crítico y la formación en artes liberales, filosofía, ciencias y política. (https://shorturl.at/mJOgr, https://tinyurl.com/5bfmyc6f).
A partir del siglo XIX se tornaron más explícitos los criterios de formación de maestros. Se crearon las «Escuelas Normales» con la meta de formar personas con algún nivel de formación en lectura, escritura y aritmética y en las «ciencias útiles» (matemáticas, física e historia natural). Eran instruidas para ser maestros de escuela con estrategias pedagógicas centradas en la formación moral y patriótica, la disciplina, el civismo y la obediencia. El término «Normal» provino del francés «École Normale», que tenía como propósito la enseñanza de normas pedagógicas.
La primera Escuela Normal del mundo se fundó en París en enero de 1795, en plena Revolución francesa. Se pretendió perfeccionar lo que se enseñaba en las escuelas públicas. No se otorgaba ningún título, aunque eran reconocidos, por el Estado, como maestros para la enseñanza pública. En sus inicios, era un programa intensivo de un mes, dirigido por científicos y pedagogos distinguidos de la época; se asumía que las personas que se formaban adquirían las habilidades necesarias en pedagogía, didáctica, moral republicana, y principios éticos, además de las ciencias exactas y la historia natural.
El modelo de la «Escuela Normal» francesa se extendió a muchos otros países en Europa, Asia y también en las Américas. Muchas universidades prestigiosas evolucionaron desde Escuelas Normales para formación de maestros hacia su constitución como universidades de alta categoría, entre otras: la Universidad de California en Los Ángeles – UCLA, la Beijing Normal University, la Universidad Pedagógica Nacional de México, Arizona State University, Illinois State University, Universidade Federal de Minas Gerais, y la Universidad de Antioquia, cuya Facultad de Educación tuvo sus raíces en la Escuela Normal de Medellín. (https://shorturl.at/lIeu2, https://shorturl.at/c93F8).
La «École Normale», hoy denominada «École Normale Supérieure de París – ENS», es ahora una universidad de altísima calidad, altamente selectiva, posicionada entre la más prestigiosa del mundo, centrada en investigación de frontera científica, filosófica y literaria. Cuenta a su haber con 14 premios Nobel y 11 Medallas Fields (el equivalente al premio Nobel en Matemáticas) y líderes en distintos campos científicos sociales entre sus egresados. La «École Normale» dejó de ser una «Escuela Normal» para convertirse en una de élite académica. Entre muchos de sus profesores y egresados se cuentan Louis Pasteur, Régis Debray, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault y Georges Pompidou. (https://www.ens.psl.eu/).
La transformación y evolución de la «École Normale» se debió a que los avances sociales y culturales en ciencia y tecnología requerían una formación más especializada, más allá de lo que corresponde, como es asaz evidente hoy, a una formación de educación secundaria, con el barniz superficial de una cachucha pedagógica. A lo que sumó la acrecentada exigencia formativa para enseñar y conducir procesos formativos no sólo en educación preescolar y primaria, sino en todos los grados escolares, en los distintos campos de las ciencias naturales, sociales, de las artes y de las tecnologías, con la cada vez más creciente presión para la formación en la ciudadanía nacional y global, en ética y la moral. De igual modo, creció la presión sobre el necesario posicionamiento y reconocimiento social de la profesión del maestro, con exigencias equiparables a otras profesiones con títulos universitarios.
En el camino de la formación universitaria de los maestros concurrió también, desde 1888, el «Teachers College», en Nueva York, (traducido: La Universidad de los Maestros) con programas centrados en innovaciones educativas y pedagógicas con fundamentación científica y validación experimental. El «Teachers College», aunque no fue una «Escuela Normal», compartió algunas de sus metas; en 1898 se asoció a la Universidad de Columbia como su Facultad de Educación. Profesores notables como John Dewey, Edward Thorndike, Margaret Mead, Carl Rogers y Rollo May, están entre quienes coadyuvaron a transformar la educación desde una perspectiva científica y progresista. Con el reconocimiento de que los maestros profesionales necesitaban conocimientos fiables sobre las condiciones en las que los niños aprenden de forma más eficaz, el programa del «Teachers College» desde el principio incluyó materias tan fundamentales como psicología educativa y sociología educativa, combinadas con ideas claras sobre la ética y la naturaleza de una buena sociedad. (https://shorturl.at/PwwY0, https://shorturl.at/psxS2).
Persiste en algunos países la coexistencia de la formación de los maestros por dos vías: la de las Escuelas Normales del siglo XIX y la universitaria en Facultades de Educación del siglo XX. Se reconocen las contribuciones que las primeras hicieron en los esfuerzos por cualificar maestros, especialmente para la educación primaria. En cuanto a las Facultades de Educación, estas han desarrollado labor importante en la formación de maestros para preescolar, primaria y bachillerato. Se realizan esfuerzos para preservar a las unas y a las otras, a veces como en un taller de taxidermistas, pero muy poco han sido las propuestas innovadoras para acercarlas a las realidades que requieren los procesos formativos escolares ante las realidades sociales, culturales, científicas, tecnológicas y laborales que presionan y confunden a niños y jóvenes en este siglo XXI.
Algunos ejemplos existen en el mundo que pueden ayudar a encontrar el norte exacto que requiere la formación de los maestros y la consolidación de su labor profesional. Es preciso desnormalizar mucho de lo que se asume como normal.


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