
Por Óscar Domínguez Giraldo
Mi sueño teológico de ser fraile terminó en Envigado, concretamente en el Gran Pandequeso, un pecaminoso estadero que funcionaba en la autopista. Lo recordé el pasado lunes cuando el municipio agotó la champaña celebrando su cumpleaños 250.
Tirado en la cochina carretera me dejó el bus de la flota Arauca que me trajo de Manizales cuando deserté del seminario donde alcancé a soñar con ser papa algún día. (¡Qué buen papa perdió la cristiandad!). En la autopista me acompañaba una caja de lata con florecitas donde se apiñaban mis corotos marcados con aguacate.
En el Gran Pandequeso, propiedad del Negro José, un platudo que se quebró jugando cartas, no solo se vendía pandequeso del bueno. Los fines de semana, la muchachada envigadeña, con la libido alborotada, les disputaba a los soldados del ejército colombiano la variopinta compañía femenina que abandonaba las cocinas del Valle de Aburrá para azotar baldosa.
Envigado me recibió con una garúa salida de algún tango. Me las apañé para llegar a mi casa ubicada encima del bar Bajo Belgrano de don Félix Montoya, en La Magnolia. Del canto gregoriano y la música para órgano de Bach hice el tránsito a Irusta, Larroca, Moreno, Godoy, Aguirre, Magaldi…
En casa esperaban a un fraile, no a un desertor. Expliqué que Dios me llamó, pero no me escogió para apacentar rebaños. Como el calendario escolar estaba adelantado pensé que me daría un sabático sin estudio que me permitiría estrenar la libertad recientemente conquistada después de rezar miles de misas, laudes, nonas, vísperas, competas. Y de no pecar ni con las ganas.
Taqué burro porque al día siguiente mi madre me matriculó en el colegio La Salle donde hicieron todo lo posible por desasnar al exacólito con cara de Subuso que era yo. Donde los hermanos lasallistas hice mis primeros amigos en “el siglo” o |“el mundo”, como en los conventos se les dice a los lugares que quedan más allá de la sacristía. (A nuestro profesor de Literatura, Alfredo Vanegas Montoya, actual presidente de la Academia Envigadeña de Historia, se le puede intrigar una investigación hecha a muchos cerebros sobre la historia de Envigado).
Amigos del santoral como Pedro, Pablo, los cuatro evangelistas, Agustín de Hipona, pasaron a mejor vida. Contemporáneos apellidados Vasco, Escobar, Parra, Muñoz, Uribe, Flórez, Morales, Villegas, Vélez, Díaz, Restrepo, Londoño, Serna, me compartieron su pacífica bohemia maridada con lecturas desordenadas, fútbol, billar, juegos de cartas, el silencioso ajedrez. Fuimos accionistas del célebre andén de Envigado con sus heladerías (= fuentes de soda) como La Puerta del Sol, Jardines, La Macarena, Mi Casa, Otraparte, La Florida, La Yuca, La Tienda de Tatán).
Que no falten las envigadeñas bellas e imposibles. Les implorábamos la ultimita cuando pasaban en el bus del colegio de La Presentación donde las monjas les enseñaban a amar a Dios y a temer a los hombres. Nada de besitos o de agarradas de la mano porque podían quedar ligeramente embarazadas.
Viví trece años en la prolífica Envigado y siento que nunca me he ido, que todos los días vuelvo. Larga vida para “uno de los sitios de mayor belleza en el mundo” según escribió en 1826 el cronista sueco Karl August Gosselman de paso por el poblado.
Pie de Fotos: Plumilla del Bar La Yuca y de La Tienda de Tatán y foto de La Yuca en plena actividad…


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