
Por Oscar Domínguez G.
Nota: No podemos dejar pasar así no más el Dia Internacional del Ajedrez que se conmemoró el 20 de julio. Que sea un motivo para retomar una vieja crónica:
En una de sus novelas autobiográficas, El General en su Laberinto, García Márquez se reafirma como promotor del juego del ajedrez.
En efecto, mientras vive el Waterloo de su soledad en compañía de su fiel escudero José Palacios quien no era un hombre sino una multitud, el general Bolívar dedica parte de sus postreros ocios a mover las piezas del ajedrez con las cuales se había familiarizado en su segundo viaje a Europa.
Cuenta don Gabriel, el de Aracataca, que un fraile, enviado especial de Dios, Sebastián de Sigüenza, le prestaba a Bolívar «una ayuda encubierta. El fraile aceptó de buen grado, y lo hizo bien, dejándose ganar al ajedrez en las tardes áridas en que esperaban a los enviados de Urdaneta».
Acostumbrado a la infidelidad de sus amigos y a las zancadillas de sus enemigos criollos o importados, a Bolívar «poco le faltó para hacerse un maestro jugando con el general O’Leary en las noches muertas de la larga campaña del Perú. Pero no se sintió capaz de ir más lejos. «El ajedrez no es un juego sino una pasión», decía. «Y yo prefiero otras
más intrépidas».
Mejor si tenían nombre de mujer. Manuelita, por ejemplo, quien ayudó a su cuchichuchi (el Libertador) a enrocar corto y fugarse por una ventana que sigue ahí, en la calle décima, entre carreras quinta y cuarta, frente al teatro Colón, a la espera de turistas que quieran tomarse selfis con ella.
El general fue más allá en su devoción por el juego de los trebejistas.
¿Qué hizo el general Bolívar por el ajedrez? A pesar de que prefería pasiones de dos pies, lo incluyó en sus programas de instrucción pública «entre los juegos útiles y honestos que debían enseñarse en la escuela. La verdad era que nunca persistió porque sus nervios no estaban hechos para un juego de tanta parsimonia y la concentración que le demandaba le hacía falta para asuntos más graves».
Precisamente, un bisnieto del anfitrión del Libertador en las minas de plata en Honda, Mr. Edward Nicholls, el fallecido maestro Boris de Greiff, fue uno de los protagonistas de una partida de ajedrez cubierta por el Nobel García Márquez, en casa de Fernando Gómez Agudelo. (García Márquez no da el nombre del anfitrión, lo que en su momento “enfureció” a los Nicholls que lo tienen bien averiguado y salieron al rescate de Mr. Edward. Palabra de Boris).
Con anterioridad, en su autobiografía amorosa, El Amor en los tiempos de cólera, García Márquez, en un gesto que puso a los ajedrecistas del mundo a leer con pañuelo las penas y alegrías del amor de Fermina Daza, decidió que las dos primeros personajes que entran en escena, el médico Juvenal Urbino y el suicida antillano, fotógrafo de niños, Jeremiah de Saint-Amour, fueran rivales y cómplices en el juego que lleva la divisa de Los tres mosqueteros de Dumas, «Gens una summus» (somos una sola familia).
Y así como todo alcalde manda en su año, García Márquez manda en sus novelas. Por eso en su «Amor en los tiempos…», puso al suicida a jugar ajedrez con su novia, la misma noche de su muerte. Ajedrez antes del suicido, un plato poco fácil de digerir.
Jeremiah perdió la partida con esta Judith Polgar de la literatura de Macondo pero no se dio muchas ínfulas pues dijo que su costilla, «extraviado ya por las brumas de la muerte, movía las piezas sin amor».
Gabo ha sido también cronista ajedrezado: cubrió en la casa de Fernando Gómez Agudelo, una partida entre el pianista vienés Paul Badura Skoda y el maestro Boris de Greiff. Ese encuentro lo ganó Boris y mereció una crónica en El Espectador que el Nobel tituló «La larga noche de ajedrez de Paul Badura Skoda».
Pasó el tiempo, regresó Badura, buscó a Boris en Coldeportes, lo citó a la misma casa de Agudelo, y en presencia de don Otto, tío de Boris, el europeo se desquitó con sus manos de pianista.
Hay, pues, una insistencia feliz de parte de García Márquez en favor del ajedrez, una forma de ser felices sin abrir la boca. Y si el impulso que le dio el general desde su hamaca a esta pasión contribuye a que aumente la afición y se multipliquen los salones Maracaibo «yo bajaré tranquilo al sepulcro», como diría el General.
Y ya para terminar por hoy, recordemos que penas ocho palabras tiene la frase del crío Gabriel que se puede considerar la primera piedra de lo que sería su Nobel de Literatura: “El Belga ya no volverá a jugar ajedrez”.
La pronunció un domingo al abandonar con su abuelo cómplice la casa donde habían visto el cadáver del suicida europeo que había pasado a peor vida gracias a una sobredosis de cianuro después de ver la película Sin novedad en el frente. Para no desertar solo, le suministró a su perro idéntico menú.
El belga y el coronel disputaban partidas de ajedrez “mudas e interminables” en presencia del niño que en el fondo debió celebrar el suicidio del rival de su pariente. De regreso a casa, el coronel contó la salida de su nieto como una genialidad.
“Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario”, escribió Gabo en su autobiografía.
La familia del coronel no sólo aplaudió la metáfora, sino que a medida que la repetían ante familiares y visitantes, le iba sumando arandelas. Las versiones fueron tantas y tan disímiles que “terminaban por ser distintas de la original”, cuenta el fabulista.

Pie de Foto: Caricaturas de Andrés Acosta Domínguez
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