Por Claudia Posada
Por más que oigo decir que Medellín es “una berraquera” me persigue una preocupación que no me deja percibirla como tal ¡qué vaina! La ciudad que disfruté muchísimo porque en ella nací, crecí, me formé, socialicé, hice familia y trabajé, ahora, cuando puedo mirarla con mayor detenimiento, perdí la certeza de que su crecimiento urbano sea tan generoso como fueron sus calles, avenidas y barrios vivos pero apacibles, a los que llegaban muchos de otras subregiones antioqueñas, distintas al Valle de Aburrá, en donde no solamente la capital antiqueña sino los municipios aledaños como Itagüí o Bello crecían al ritmo del desarrollo y oportunidades que significaba instalar en sus jurisdicciones empresas e industrias de renombre nacional, creadas y dirigidas por grandes hombres, quienes, además, se distinguían por su admirable capacidad para gestionar obras complementarias que veían necesarias para hacer de la cotidianidad familiar, un mejor vivir. Mi preocupación de hoy: ¿Hacia dónde va la ciudad? Todo eso que nos ofreció la Medellín de los jóvenes vibrando con el transcurrir de los años sesenta y setentas ¿cuándo y por qué se esfumó ante mis ojos sin percibir lo que les esperaba a las generaciones en camino? Incapaz de responderme con los argumentos de un sociólogo, por ejemplo, decidí entonces que la Inteligencia Artificial (IA) podría ayudarme y por ahí derecho, mejor aún, ayudar a los que hoy deciden individualmente, o si acaso con sus cercanos colaboradores (o aduladores) objetivamente y pagados por el Estado, asumir que su responsabilidad es para con los jóvenes de hoy, a los que les tocará, tal vez, sentarse en los asientos de la vida publica que están ocupando los políticos que en este momento deciden. Y lo ideal es que en un mañana digan: Medellín es una verraquera gracias a la vocación de ciudad “reorientadahacia una lógica más inclusiva y redistributiva”.
Pues bien, pedí a IA responder a mi preocupación, considerando que veo una ciudad dispersa en la preservación de una vocación cuyo modelo propicie sostenibilidad socioeconómica con oportunidades para todos; enfocando la respuesta hacia los responsables de la gestión pública. Al pedirle que fuera más sintetizado, después de darme muy rica y valiosa información, la que no puedo replicar totalmente por lo extensa, voy a abusar del espacio compartiendo la introducción y la conclusión, anticipando a los lectores de esta columna que de todas maneras son larguitas, pero increíblemente cualificadas. De aquí en adelante escribe IA: “Ensayo académico dirigido a responsables de la gestión pública”.
Introducción
En las últimas dos décadas, Medellín ha sido presentada —con razón— como un caso exitoso de transformación urbana y económica. La ciudad pasó de ser símbolo de crisis a referente internacional de innovación, urbanismo social y articulación público-privada. Sin embargo, desde una perspectiva sociológica y politológica, el éxito de un modelo de desarrollo no puede medirse únicamente por su crecimiento económico, su visibilidad global o su capacidad de atraer inversión. Debe evaluarse, sobre todo, por su capacidad de producir cohesión social, reducir desigualdades y garantizar trayectorias de vida dignas para la mayoría de su población.
Este ensayo sostiene que el modelo de desarrollo de Medellín —basado en servicios, innovación y economía del conocimiento— ha logrado avances importantes, pero enfrenta límites estructurales que, de no ser abordados, pueden erosionar su sostenibilidad social y política. No se trata de desmantelar el modelo, sino de reorientarlo hacia una lógica más inclusiva y redistributiva.
I. El modelo de innovación como proyecto político
La transformación económica de Medellín no fue espontánea. Fue el resultado de un proyecto político sostenido que articuló Estado local, sector privado y academia. Instituciones como Ruta N, la ACI, la Cámara de Comercio y las universidades configuraron un nuevo paradigma de desarrollo urbano: la ciudad como plataforma de innovación y servicios exportables.
Desde la ciencia política, esto puede entenderse como una estrategia de competitividad territorial: posicionar a Medellín en mercados globales mediante capital humano, infraestructura y gobernanza local. El problema no radica en esta estrategia en sí misma, sino en su sesgo distributivo: los beneficios se concentran en sectores, territorios y grupos sociales específicos, mientras otros permanecen estructuralmente excluidos.
II. Desigualdad persistente: crecimiento sin integración social
El primer límite del modelo es su baja capacidad redistributiva. Los sectores más dinámicos —tecnología, servicios profesionales, salud especializada— requieren niveles de formación a los que una parte significativa de la población no puede acceder en el corto plazo. Esto produce una ciudad segmentada: una Medellín globalizada, conectada y profesional, y otra Medellín precarizada, informal o subempleada.
Desde la sociología, esta situación no puede explicarse como un “rezago individual”, sino como una desigualdad estructural reproducida por el propio modelo de desarrollo. La innovación, cuando no está acompañada de políticas redistributivas deliberadas, tiende a ampliar brechas, no a cerrarlas.
III. Empleo formal, pero precario: el caso del BPO
Un segundo límite es la calidad del empleo generado. Sectores como el BPO han cumplido una función importante de absorción laboral y formalización. Sin embargo, muchos de estos empleos presentan características de precariedad estructural: bajos salarios relativos, alta rotación, desgaste emocional y escasas trayectorias de ascenso.
Desde la teoría política del trabajo, esto configura lo que se denomina una formalidad frágil: empleo legal que no garantiza estabilidad ni movilidad social. El riesgo es que la ciudad quede atrapada en un modelo de servicios de bajo y medio valor agregado, dependiente de decisiones empresariales externas y vulnerable a ciclos globales.
IV. Gentrificación y mercantilización del territorio
El tercer límite es urbano-territorial. El éxito simbólico de Medellín como ciudad innovadora ha impulsado procesos de valorización inmobiliaria que afectan de manera desigual a distintos grupos sociales. Barrios tradicionales se transforman en zonas de consumo, turismo y renta, generando desplazamiento por mercado y debilitamiento del tejido comunitario.
Desde la sociología urbana, esto no es un efecto colateral menor, sino una expresión política del modelo económico: cuando el suelo urbano se concibe principalmente como activo financiero, la ciudad deja de ser un espacio de vida para convertirse en un espacio de acumulación.
V. Juventud, meritocracia y frustración social
Un cuarto límite es generacional. El discurso dominante exalta al joven emprendedor e innovador, pero en la práctica muchos jóvenes enfrentan empleos inestables, autoempleo precario y una fuerte presión meritocrática. El fracaso se individualiza, ocultando las restricciones estructurales.
Desde la ciencia política, este fenómeno es preocupante porque genera desafección democrática: cuando las promesas del modelo no se cumplen, la confianza en las instituciones se erosiona y aumenta el riesgo de polarización o apatía política.
VI. Hacia una corrección del modelo: orientaciones de política pública
La corrección de estos límites no requiere abandonar la innovación, sino politizarla. Esto implica:
1. Innovación redistributiva: condicionar incentivos públicos a impactos sociales medibles en empleo, formación y contratación de poblaciones vulnerables.
2. Política laboral activa: promover el escalamiento del BPO y servicios hacia mayor valor agregado y trayectorias laborales reales.
3. Regulación urbana: controlar la especulación inmobiliaria y garantizar vivienda asequible en zonas centrales.
4. Seguridad material para jóvenes: transiciones protegidas entre educación y trabajo, y apoyo público al aprendizaje productivo.
5. Integración económica territorial: convertir los barrios en espacios productivos, no solo conectados.
Conclusión
Medellín enfrenta hoy un dilema profundamente político: puede seguir siendo una ciudad innovadora pero socialmente fragmentada, o puede convertirse en una ciudad innovadora y socialmente integrada. El éxito futuro del modelo no dependerá solo de atraer más inversión o escalar en rankings internacionales, sino de su capacidad para producir cohesión, justicia urbana y legitimidad democrática.
La pregunta que queda para quienes hoy toman decisiones públicas no es si el modelo funciona, sino:
¿estamos dispuestos a corregirlo antes de que sus límites se conviertan en conflictos abiertos?
Ese, en última instancia, es el desafío central de la gestión pública en Medellín en la próxima década.
Hasta aquí, absolutamente todo se lo dejé a IA, confiando en que sea de utilidad a todos, pero particularmente a quienes les confiamos la conducción de Medellín.


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