Por Darío Ruiz Gómez
En sólo quince días el panorama de la violencia narcoguerrillera ha logrado arrinconar a la Justicia en Colombia. Antes del atentado reciente en Cali ya había sucedido otro atentado en esta misma ciudad y en un barrio popular.
Nadie dio el grito en cielo como ahora en que peligrosamente se rozó la explotación de un hecho de terrorismo para sacarle rédito político. ¿Dónde han estado metidos Alexander López y Wilson Arias cuyos feudos electorales se extienden a Jamundí y al norte del Cauca y cuya participación en los desafueros del llamado Estallido Social fue tan evidente?
Cuando apareció la foto tomada en la selva caucana y en donde aparece por primera vez Iván Mordisco al lado de su amigo Danilo Rueda enviado por el angelical Monseñor Darío Monsalve, semanas después se dio la información de que Mordisco con su machete había descuartizado a ocho adolescentes soldados y a renglón seguido vino la información sobre el asesinato de catorce niños indígenas a manos de los Comandos de la Frontera y desde entonces matanzas y masacres han caracterizado a estos poderosos asesinos cuya manera de marcar territorio se ha caracterizado por el uso extremo de la crueldad.
Podemos acudir entonces a algo fundamental: revisar en la hemeroteca la frecuencia de estos actos de crueldad contra niños, ancianos, madres, para constatar que se dan unas constantes con apenas mínimas variables en este uso de la crueldad y la tortura como arma de guerra.
En el momento en que el trío Calarcá-Noboa, Otty Patiño reiniciaba “conversaciones en medio de la guerra” el asesinato de los once militares en Amalfi llama la atención por la coordinación entre estos hechos. La disculpa de Otty Patiño de que lo que sucede es que los grupos de Calarcá, al igual que el ELN, no tienen un mando unificado y cualquier cuadrilla puede hacer por su cuenta una barbaridad como ésta, da ganas de vomitar por su inhumanidad sabiendo que es un crimen de lesa humanidad condenado por la Carta de los Derechos Humanos.
¿Cómo, repito, los voceros de Paz pueden hablar de una paz que no puede darse sin recuperar primero el significado de lo que se define como humano, como derechos inalienables de la vida?
Aquí se verifica entonces eso que lúcidamente llama el Dr Vargas Lleras en un artículo que es una declaración de principios, “Los Pusilánimes” y ha sido la no presencia de la justicia para condenar la crueldad, una justicia y una sociedad ilustrada, una clase política definidas por su pusaliminidad para enfrentar el desafío que supone el terrorismo, esta tácita complacencia ante las agresiones a la sociedad.
Porque en estos momentos cuando ya se ha pasado en las estrategias de la guerra de a las amenazas de muerte directas, a los atentados contra las clases populares lo que se debe invocar no son los manipulados Derechos Humanos sino el Derecho a la Vida. El policía que junto a sus doce compañeros asesinados por orden de Calarcá esperó durante dieciocho horas una ayuda que nunca llegó y murió finalmente tiene un responsable y una explicación sobre esta cobardía que ha eludido dar el Ministro de Defensa.
El terrorismo busca minar la moral de las gentes para someterlas, pero eso no puede suceder con las Fuerzas Armadas cuya tarea es impedir estas brutalidades. La genuflexión de la justicia ante los terroristas. Surge aquí una consideración decisiva. ¿Hasta qué punto y con la actitud pusilánime de nuestra justicia, de nuestra clase política, empresarial se puede seguir haciendo concesiones a los intolerantes?
Recuerdo aquí lo que dijo el notable pensador vasco Aurelio Arteta quien vivió este mismo terrorismo: ”Cuando lo amenazado no es la forma de vida política, sino la vida de cada uno a secas, la frontera de lo tolerable desciende hasta situarse en el simple derecho a la vida. El tolerante no podría llegar más en su retirada”.
P.D. Hezbolá consumó en 1994 el atentado contra el Centro israelí dirigido por un alto militar iraní que cobró la vida de 84 personas y dejó heridas otras 30. El Comando salió de Venezuela por la Goajira. Desde entonces estos terroristas actúan libremente con la protección de Maduro y constituyen un peligro para la seguridad de colombiana y del continente.


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