17 noviembre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Del bolígrafo al lápiz

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Por Oscar Domínguez G. 

El lápiz que suele esgrimir el presidente Petro en sus apariciones me recordó el bolígrafo que agitaba Darío Silva-Silva para despedir su noticiero Noticolor. Hace años, el periodista opita hizo el tránsito del turbayismo a la teología.

Como director de Lambicolor, como lo bautizó Klim, para despedir el noticiero Silva-Silva agitaba su bolígrafo Parker cuya marca ocultaba. Ese bolígrafo fue vendido en una subasta para fines benéficos.

Es lícito pensar que la burocracia palaciega aumentó, mínimo, en un funcionario: el que maneja y transporta los lápices del exmarido de doña Verónica Alcocer con la que el nuevo César ya no comparte tálamo nupcial.

Propongo que el lápiz con el que Petro hostilizó al periodista Daniel Coronell en el eterno monólogo que le afrijoló para Univisión, le haga compañía en el Museo Nacional a la toalla que cargaba “Tirofijo”.

Está capando museo el remedo de liquiliqui que luce de pronto en sus viajes al exterior. También amerita la inmortalidad del museo el megáfono con el que arengó a los soldados norteamericanos en Nueva York para pedirles que le desobedezcan al presidente Trump quien graduó a Petro de enemigo. Terminó haciéndole la campaña al Pacto Histórico. De pronto les pasa la cuenta. El hermano gringo no da puntada sin dedal.

El pastor Silva-Silva dividía al país en sus editoriales para Noticolor. Protagonizaba una obra de teatro de dos minutos treinta segundos. Nada de acumular saliva en las comisuras de los labios. Era fluido, irónico, recursivo, como cuando hacía otro miniprograma para TVsucesos de Alberto Acosta: “Lo que ayer fue noticia hoy es historia”.

Me tocó disfrutar de Darío en noches de bohemia con agua aromática cuando no se había caído del caballo, o sea, antes de su perestroika religiosa. Oírlo hablar no da sueño. A sus 87 años evidencia fatiga de metal. Amárrense los cinturones: todavía usa bolígrafo (foto, tomada de pantalla). Nada de darle golpes bajos a la gramática. Se le iba la mano en turbayismo pero se hacía perdonar ese desliz con su impecable dicción y una memoria prodigiosa.

Una vez le escuché una de sus homilías en Casa Roca. Ese domingo nos llamó a los feligreses “cotorras de Dios”. Explicó que como tenemos dos orejas y una lengua debemos callar la mitad de lo que hablamos. En una entrevista me dijo: “He disfrutado la vida de pe a pa: de periodista a pastor”.