19 octubre, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Del alma en venta

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Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

El drama y la comedia se fusionan en un guion calculado en el que siempre hay un personaje nefasto, ambicioso y farsante que no conoce límites. Se trata de un sujeto sin brújula moral, impermeable al pudor y experto engañador que justifica lo ilícito.

Este tipejo que no cree en Dios jura con la mano encima de la biblia. No acata las reglas y cita las normas cual predicador recolectando diezmos. Detrás de la mueca fingida de una sonrisa delante de las cámaras, esconde un pacto notariado con el diablo.

El fantoche no decide ser villano de la noche a la mañana. Durante años practicó la artimaña y el doblegar la ética para sacarle las tripas. De su boca, la corrupción sale disfraza de legalidad, mientras que el complot es la estrategia. Al contrario de lo que algunos piensan, el funesto no tiene ideología, solo apetito económico hasta el punto de incinerar a sus aliados en el horno de la deslealtad. Su verdadera vocación es el servicio a sí mismo.

El esperpento se pavonea por los pasillos repartiendo favores, promesas, dinero mal habido y cuchillos de doble filo, porque entiende que el poder no es para compartir, sino para mandar y traficar a cualquier precio. En esa medida, no ejerce el deber de administrar de forma transparente, más bien se beneficia de ella. La ecuación es simple: “Si sirve a mis fines, es bueno; si estorba, se elimina”.  

Nada detiene a ese signo de una sociedad corrupta. Ni las leyes, ni los códigos de conducta y menos, los pactos que decoran los discursos de campaña. Para el mercachifle, las reglas son un adorno y una especie de utilería que se usa de acuerdo con el lenguaje compartido o las circunstancias.

La rutina de las negociaciones por debajo de la mesa es enmascarada de licitud a modo de un mago que saca una paloma del sombrero sin que nadie pregunte en qué lugar está la trampa. ¡Qué capacidad de producir y gastar dinero sin una fuente de ingreso verificable!

El instinto primario del corrompido es la traición. Colecciona “amiguitos” a quienes, llegado el momento, empuja al abismo o a la cárcel girando la cara para otro lado. A los vendidos les queda el consuelo de ser idiotas útiles, porque en el juego del truhan, ninguno es indispensable. Así las cosas, cae el asesor, el secretario, el tesorero, el contratista, la prepago, etc.; todos desechables y actores del ritual de purificación pública que mantiene al gran titiritero libre de toda acusación y de sanción penal.

El secreto del ‘éxito’ de Daniel Quintero Calle no está en su inteligencia, tan solo en su falta de vergüenza y cinismo. Donde los demás ven un tope, él palpa una oportunidad; donde la moral dicta un No, el patán escucha un “depende”. De esta manera, construye su pequeña república de impunidad cimentada en tres discutibles pilares: la narrativa, el espectáculo y la complicidad institucional. “No es ilegal si no me han pillado”. Luego, la pose de víctima perseguida por la prensa y la oposición convirtiéndose en mártir en presencia de sus incondicionales. Finalmente, el silencio de aquellos que se benefician del entramado de descomposición.

El bribón no es un accidente aislado. Es un síntoma de debilidad de la organización política encarnada en el precepto negociado, la moral tercerizada, el alma empeñada y la conciencia en saldo negativo.

El infierno tiene sede, presupuesto y oficina en el centro de Bogotá. Por eso, el apodado ‘Pinturita’ aspira a estar allí, ya que forma parte estructural de un sistema injusto.