28 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Declararse libre

Por Carlos Alberto Ospina M. (foto)

¡Qué retorcida actitud de algunos sectores! que aspiran homogeneizar el pensamiento, inculcar a la fuerza varias creencias e implantar las ideas, valiéndose del pretexto de alcanzar el escalón superior de la evolución humana y de la transformación de la naturaleza.

Distintas generaciones han buscado el cambio científico, social, burgués, liberal, político, industrial, tecnológico, religioso e incluso, moral. De entrada, simples modelos fracasaron y otros renacen por medios ocultos, precisamente, para poner contra las cuerdas el estado de cosas. De tiempo en tiempo, cada rincón del globo terráqueo vive su propia primavera rebelde.

Por sí, el levantamiento puede ser inspirador, prodigioso, y articular el descontento de los diferentes sectores sociales. Las cosas se complican al momento de tergiversar resistencia con emancipación política. La primera, se concentra en zonas con mayor densidad poblacional y la segunda, disemina la sublevación. Ambas posiciones pretenden un “nuevo orden” con el objetivo de eliminar cualquier vestigio de oposición. Allí anida la profunda contradicción, destruir, para luego utilizar la antigua relación colonialista a base de dominación disfrazada de leyes, territorios limitados y formas únicas de concebir el mundo.

La indignación no consigue destruir las libertades individuales ni la independencia ideológica.  Así que, Popŭlus, pueblo, es manipulado como insumo esencial para estimular la insatisfacción. Por donde pasan, el concepto de legitimidad se convierte en un recurso débil, movedizo, grumoso y ficticio para quitarse de las manos, unos a otros, el poder. En este ámbito de opuestos nada es apacible. Los dos buscan la subordinación y la dominación grupal e individual. Digan ¡qué no!

¿Cuál es la corriente oficial? ¿Aquella que concentra los poderes o la que coacciona a partir de la homogeneización de las ideas? El individuo pierde la libertad de conciencia, de aprendizaje, de expresión, de cultos, de información y de espíritu. También, malgasta sus libertades públicas, de circulación y de reflexión. Lo anterior ¿Significa excluir la voluntad y la autonomía del sujeto?, ¿Se trata esclavitud, sujeción o enmascarado totalitarismo? El sentimiento de decadencia de los valores morales y sociales se ratifica con el contagio de la violencia, como medio, para el “restablecimiento” de otros símbolos y nociones generalizantes.

A fin de encajar, algunos declaran la necesidad de aceptar el dogma común, la transgresión de la justicia, y al mejor estilo colonial, vociferan en nombre de la cruz. El precepto no tiene valor en sí mismo a causa de las costumbres fuera de ley. Las caras de la moneda apelan al cantico de la sociedad civil, mientras tanto, las acciones malgastan el aire debido a las tachuelas esparcidas en el camino. Por eso, a grito herido emerge otra clase de multitud libre y vehemente; distintiva y capaz; solidaria y coherente; honesta y democrática que sabe escuchar por encima del ruido, la arrogancia y la turbiedad.

Según las circunstancias, el fanatismo intelectualoide hace escuela arrinconando las diferencias. Aquellos que eligen el lado de la falange son catalogados de ignorantes, sumisos e idiotas. En la otra orilla, el criterio de unidad se presenta como círculo de iluminación. Centralistas y reformistas tuercen la verdad, humillan, refutan las ideas contrapuestas, imponen ciertos deberes y vuelven carne de cañón a la gente que los sigue.

Venga lo que viniere nos impacienta la miseria, la injusticia, la desigualdad y la pobreza de espíritu. La mayoría rechazamos la servidumbre y la violación de los derechos humanos; en particular, el desconocimiento de la libre determinación de las personas y la objeción de conciencia.

Obrar o no de una manera u otra, significa Libertad. ¡Nadie está en capacidad de esclavizar la mente!, sea lo que sea, en su desenfrenada perversidad.

Me tomo la libertad de Ser ¡Y punto!