8 diciembre, 2025

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Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

Para algunas personas el amor es un bien perecedero, intercambiable, útil y desechable como lo es una servilleta. Ahora unos podrán ufanarse de la declarada libertad, quizá, mañana limpiarán la boca con similar papel del desprecio.

Es común escuchar que la pasión es una cuestión de libertad absoluta, una especie de lienzo en blanco donde cada cual escribe o borra lo que le venga en gana. Detrás de esa aparente emancipación emocional parece esconderse la tendencia peligrosa a considerar el amor a modo de una cosa transitoria, prescindible y de recambio, tan funcional y efímero como una toalla.

La lógica de lo descartable impregna los objetos que nos rodean, los sentimientos y las relaciones. El modus operandi contemporáneo dio la vuelta al sentido de los vínculos sensibles. Para un número creciente de individuos, amar se transformó en un acto instrumental, un medio y un objeto relacional que sirve mientras gratifica y no incomoda con su criterio. Cuando pierde el interés, pues se dobla, arruga o se deja a un lado con igual facilidad que alejamos un paño sucio.

El auge de las aplicaciones de citas, la proliferación de discursos que exaltan la autonomía por encima de toda lealtad y la cultura de la supresión vuelven el aprecio un asunto de consumo. Lo que antes era un proceso imaginativo y cargado de rituales para conquistar, enamorar, excitar y comprometerse; hoy se ha tornado en una experiencia instantánea y superficial gobernada por algoritmos, expectativas inalcanzables y miedo a perderse “algo mejor”.

Esta lógica utilitarista conmueve a quienes buscan pareja e impacta la forma en que concebimos la amistad, la familia y los lazos sociales a causa de que el otro deja de ser relevante, convirtiéndose en un medio para la satisfacción, el placer momentáneo y el refuerzo del ego. Es decir, una hoja ahuesada carente de valor intrínseco que cumplió su función. En el fondo, es un disfraz que oculta la incapacidad de comprometerse, de mantener el peso de una relación; incluso, de sostenerse a sí mismo.

‘No le debo explicaciones a nadie’, ´mi vida, mis reglas’, ‘nadie me ata’. La búsqueda de la autonomía es legítima, necesaria y un logro irrenunciable. No obstante, en su versión extrema, denota la incapacidad de construir proyectos estables. Basta con observar los entusiasmos a medio cocer, las rupturas exprés, los nexos que se enfrían por falta de compromiso, las amistades disueltas ante el primer desacuerdo; y los relatos de personas que fueron ‘fantasmeadas’ en las redes sociales, abandonadas sin explicación o sustituidas por nuevas conexiones más prometedoras. En consecuencia, se prefiere la superficie limpia, manejable, donde cada gesto tiene un cierre rápido sin consecuencias.  Lo efímero es la norma y lo duradero es la excepción.

La libertad individual no consiste en la ausencia total de ataduras, sino en la capacidad de elegir compromisos y mantenerlos por convicción. La unión requiere de una decisión consciente sin dobles intenciones.

Una servilleta sirve para asear lo que incomoda, borrar rastros y eliminar manchas. Se usa y repudia sin culpa. Ciertos afectos se administran igual: se acude a ellos para que alivien el vacío, la soledad momentánea y para que limpien el desorden interno que no se quiere confrontar. Después, cuando dejan de cumplir esta función, se apartan con la seguridad de que habrá otra servilleta disponible en cualquier mesa cercana, a pesar del vacío de significado y de humanidad.