24 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿Curules inútiles o sobresalientes?

Claudia Posada

Por Claudia Posada

Por los medios de comunicación los colombianos nos enteramos de una familia campesina de Quipama, Boyacá, carente de alumbrado y de otros servicios en su vivienda; condiciones deplorables que posiblemente también sufren en otros sectores apartados del casco urbano pues en este municipio viven siete mil pobladores en la ruralidad y apenas mil 500 en el pueblo propiamente. El video, que se hizo viral, presentado inicialmente en televisión, lo protagonizó el mayor de los tres niños de aquel hogar, él pedía encarecidamente electricidad para su casa porque le tocaba hacer sus tareas alumbrado con velas. Esta historia es típica en muchas veredas de los municipios de Colombia; ésta, en particular, tuvo final feliz por la bondad de una empresa privada y la noble gestión de un grupo de influenciadores que facilitaron los paneles solares para resolver en buena parte la triste realidad que viven por igual miles de colombianos.

Mientras el llamado angustioso de Dylan corría por las redes sociales, otro video nos contaba que en el Senado se había votado la supresión de 14 millones de pesos mensuales -aparte de los honorarios- justificados en los gastos requeridos por los congresistas por permanecer cinco o seis días a la semana en Bogotá, es decir, fuera de su ciudad de origen; iniciativa que no contó con los votos suficientes para aprobarse.

Semejantes contrastes generan el malestar obvio en quienes creemos que bien puede el Congreso pagarles importantes sumas de dinero a los “padres de la Patria” para que su trabajo, que es fundamental, y en absoluto  determínate para  el bienestar común, se cumpla a cabalidad de acuerdo con sus deberes, pero de ninguna manera aceptar que lleguen a la desfachatez de negarse a renunciar a unos cuantos millones mensuales que a todas luces no deben asignárseles mientras estén sesionando desde sus respectivas ciudades, o sea, virtualmente.

Los millones que reciben los congresistas y demás prebendas que se han ido asignando ellos mismos a través del tiempo, no se les cuestionarían si todos trabajaran como algunos pocos, con la dedicación y el alto sentido del deber cumpliendo sus obligaciones para con el gran porcentaje de la población colombiana que vive en condiciones similares a la familia del pequeño Dylan en Quipama, lo mismo que  tantos  niños y jóvenes en centenares de veredas en los pueblos, e inclusive en zonas urbanas de muchas ciudades colombianas.

¿Cómo es posible que seamos tan ilusos creyendo que no podemos perder la esperanza y credibilidad en promesas de campaña? Para hacerse elegir en las próximas elecciones de cuerpos colegiados -Senado y Cámara- ya algunos aspirantes a repetir curul, prácticamente empezaron campaña. Nos toca a los ciudadanos del común hacer la revolución electoral, es decir, empezar igualmente desde ahora a revisar la trayectoria de los congresistas; no es creyendo todo lo que dicen en las redes sociales a favor o en contra de unos u otros que, de buena o mala fe seguidores y contrarios, expresan según sus puntos de vista generalmente ofensivos.

La revolución electoral consiste en indagar los nombres de los congresistas para analizar   referentes que dan cuenta  fiel de su trabajo legislativo; no es precisamente en su “cuento” (qué pena tener que decirlo así) en donde vamos a encontrar su eficiente gestión, no; es al verificar cuántos años hace que ocupan la repetitiva curul, cómo es su récord de inasistencia a sesiones, cuántos proyectos de ley han presentado, qué contenidos se encuentran en tales proyectos, a quiénes benefician, qué tipo de proyectos han aprobado y cuáles no han contado con su voto positivo; en fin, seamos realmente conscientes del inmenso valor del voto que depositamos en las urnas para que no volvamos a elegir a los mismos con las mismas quienes, entre otras, no han trabajado ni poquito por una vida digna para los colombianos que padecen infinidad de carencias.  El derecho al voto no se puede desestimar, y si acaso no hay definitivamente por quién votar, pues entonces tenemos la opción del voto en blanco cuya importancia es valiosísima (casilla expresamente con la palabra Blanco) tanto que, si acaso llegara a superar los tarjetones marcados en los nombres y partidos, las elecciones se repiten.

Que no nos sigan echando cuentos empalagosos, no creamos babosadas, tenemos muy buen tiempo de aquí a las próximas elecciones, para hacerles seguimiento y analizar si sus curules han sido inútiles o sobresalientes.