Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto)
Estamos insertos de manera profunda en la cuarta revolución industrial (4RI). La primera de estas revoluciones fue a finales de los años 1700 con las máquinas a vapor; la segunda al finalizar los 1800 con los avances que introdujo la electricidad. Más adelantes, hacia 1970, se surgió la tercera con los desarrollos electrónicos y las TIC. En algún momento de años muy recientes entramos a la cuarta.
Esta última ha sido caracterizada por la integración y efectos acumulativos de las denominadas “tecnologías exponenciales”: inteligencia artificial, biotecnologías, Big Data, robótica y nanotecnologías, genómica, biología sintética y bioimpresión, organismos genéticamente modificados, nanomateriales, energías renovables, el Internet de las Cosas, la bioeconomía, blockchain (cadena de bloques), dispositivos holográficos que proyectan imágenes 3D al espacio físico, y muchas más. (https://goo.gl/7gs3Xm).
Apoyados en los progresos en inteligencia artificial y en las neurociencias, se cambia de manera sustancial los modos y velocidad cómo aprendemos, ahora y durante toda la vida, y también los modos y prácticas consuetudinarias de enseñar desde preescolar hasta la educación superior. Por su parte, a los sistemas educativos les corresponde evolucionar con conocimiento de los cambios en el mundo del trabajo y poner más énfasis en habilidades como la creatividad, la inteligencia emocional, la resiliencia, la flexibilidad y el conjunto amplio de habilidades socioemocionales. La meta es que la automatización permita hacernos a todos más humanos y que Los desarrollos de la 4RI sean para mejorar la calidad de vida de todos. (Lea la columna).
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