29 marzo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Cuando muere un médico

Misael Cadavid

Por Misael Cadavid MD 

Todas las profesiones tienen un sutil y mágico encanto, porque son el producto de anhelos, aptitudes y actitudes forjadas por sueños desde que empezamos a tener conciencia de futuro. 

Pero aquellas que forjan un vínculo directo y contacto estrecho con el ser humano, como la docencia, las áreas de la salud, las artes y humanidades, el derecho y otras más que establecen una simbiosis afectiva muy grande porque forman nexos personales, familiares y sociales en donde la expresión sublime del afecto conlleva a buscar laberintos de relación altruista. 

Desde niño se quiere ser médico o posiblemente bombero, pero sin lugar a dudas hay una fuerza espiritual o filantrópica de sentir afecto por el enfermo o el desvalido, y un llamado secreto indescifrable que nos decide la vida para ser médico. 

Hay que estudiar toda la vida sin descanso, trasnochos y una carga académica intensa. Ver solamente los libros y su contenido abrumador de información hace retroceder al cobarde, el médico tiene que tener inteligencia y más aún perseverancia, la mera vocación no sirve. 

Pero hay algo superior, que es ese anhelo por servir, aliviar, amor por la vida, ver en los ojos de su paciente la expresión de los seres queridos, en un pacientico los ojos de un hijo, en un adulto los de su hermano y en un anciano sus padres y abuelos. Solo con ese símil, podemos arrebatarle a la muerte el fin de nuestra dedicación: el paciente. 

Lloramos con el enfermo y su familia, los fracasos son derrotas dolorosas, porque no son cualquier derrota, son vidas que nos duelen y que hemos jurado defender. 

Al inicio nos sentimos invencibles, sabios, prepotentes, pero con el tiempo entendemos nuestra verdad, la enfermedad y la muerte andan con nosotros, camufladas esperando un descuido para arrebatarnos también nuestro paciente y la vida misma. 

Esta aciaga pandemia se ha llevado miles de médicos a nivel mundial, llenos de ilusiones de vida y ciencia. Cada uno de ellos se lleva lo más preciado de su familia, porque estas profesiones vinculadas con la salud representan para la sociedad un respeto especial donde se mezcla ciencia, espiritualidad, magia y encanto. 

Detrás de ellos, unos pacientes huérfanos, unas familias destrozadas, unos hospitales desolados y unos libros y un estetoscopio abandonados, se mueren los sueños de un ser especial, de un alumno alegre e inteligente, arropado con el valor que da el servicio y una satisfacción que no se compara con nada cuando se acierta un diagnóstico o salvamos una vida. 

No hay ambiciones económicas, el médico en esta sociedad absurda es un obrero calificado, vulnerado y ofendido. No tiene derecho al sueño, al descanso ni a la remuneración digna que se merece, salvo en pocas excepciones. 

Quiero terminar con mi reconocimiento a todo el personal de salud, que como el soldado, el policía, el bombero merecen más que un aplauso. 

Merecemos respeto por nuestro trabajo y nuestra responsabilidad que va más allá que el ofrecimiento de la vida misma, es dejar abandonada nuestra familia, cuando partimos como el desarmador de explosivos, cada vez que salimos a trabajar.