Por Rodrigo Pareja
Ningún colombiano, por optimista o crédulo que sea, debe hacerse a la idea que habrá verdad absoluta y esclarecimiento total del asesinato de Álvaro Gómez, regresado en los últimos días al primer plano de la actualidad noticiosa gracias a las Farc que decidieron atribuirse su autoría.
Con la admisión que esa guerrilla o ex guerrilla hizo de la muerte violenta propinada al beligerante dirigente conservador, surgió — y con visos de quedarse para eterna memoria — la tercera de las “verdades” alrededor de ese suceso.
Ya había dos arraigadas en la memoria colectiva, y el caso parecía circunscribirse únicamente a ellas, pero la situación que en apariencia estaba “resuelta” con una de esas opciones, cambió en forma radical ahora, cuando se cumplen los 25 años del sonado crimen.
Antes era común y fácil afirmar a boca llena pero sin ningún sustento determinante, que a Gómez Hurtado lo había asesinado el régimen, vale decir el gobierno que en ese entonces presidía el controvertido Ernesto Samper Pizano, a cuyas “espaldas”, según él, lo había montado en la silla presidencial el Cartel de Cali.
O, por el contrario, enfatizar que su trágica muerte la determinaron militares, políticos y empresarios que se habían confabulado para asestar un golpe de Estado, tumbar a Samper Pizano y montar en su reemplazo al hijo de Laureano Gómez, a quien prefirieron eliminar para silenciarlo, cuando el político conservador no le caminó al derrocamiento propuesto.
También en este episodio un país polarizado cincuenta y cincuenta, estaba conforme con esas dos alternativas, y aparte de las naturales discusiones entre quienes defendían una u otra alternativa, el asunto no pasaba de allí.
Pero ahora, por obra y gracia de las Farc desarmadas y comprometidas en un proceso de paz, el porcentaje de acusadores y defensores ya no es del cincuenta por ciento para cada lado, pues la total ha quedado dividido por tres.
Quienes ven a Samper como el asesino, encabezados por la familia Gómez, no se moverán de esa tesis; lo que defienden a Samper y endosan el crimen a la extrema derecha reaccionaria ayudada por militares tampoco cambiarán su cuento, y también, con algo de razón, otros se montarán en el bus de los guerrilleros y les creerán su versión.
Lo cierto es que ninguna de esas “verdades” será la verdad absoluta, y per saecula saeculorum, como decían las abuelas, ahí quedarán las tres opciones sin que una de ellas prevalezca sobre las otras dos. Todos los colombianos tendrán su verdad.
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