21 mayo, 2025

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Crónica de una visita y de un retorno

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Por Oscar Domínguez G.

Era la primera vez en 105 años de reposada vida municipal que un presidente en ejercicio visitaba Montebello, mi pueblo de 83 kilómetros cuadrados y siete mil habitantes sin contar los que amasaron anoche para escapar del frío.

Si como reportero he escrito noticias de presidentes a partir de Misael Pastrana (1970-74), ¿cómo no cubrir esa primera visita presidencial al pueblo que me vio berrear y del que salimos expulsado a los tres años?, me pregunté.

Solicité viáticos domésticos de confianza y en escalera llegué hasta el coliseo local para asistir al XXX Encuentro de Dirigentes del Suroeste, con asistencia del presidente Iván Duque y de parte del blancaje paisa, incluido el gobernador Luis Pérez, quien lucía sonrisa y festiva chaqueta a cuadros de jugador retirado de billar.

Ese día, en mi pueblo, distante 54 kilómetros de Medellín, había gente hasta debajo del altar mayor de la Iglesia de adobe y ladrillo construida por el arquitecto belga Agustín Gooaverts, el mismo que tiene acciones en decenas de iglesias, y en el edificio ajedrezado de la antigua gobernación de Antioquia. (Claro que los antioqueños “aprendieron a rezar” en una iglesia levantada en el corregimiento de Sabaletas, la joya de la corona del turismo de la región).

En 1941 en la iglesia de Montebello, a las cinco de la mañana, con otras 20 parejas, todas de riguroso luto, se casaron papá y mamá, y fue bautizado como Óscar Augusto un bello niño que sería este aplastateclas…

Si hubieran impuesto multas por parqueo de vehículos en la calle, la administración habría conseguido plata para renovar la fatigada tubería que trae el agua desde Palo Coposo. Había visitantes de 25 municipios, bajita la mano. Todos ansiosos de darse un champú y coronar una selfi con el mandatario que lleva 71 días mandando.

Pero el pueblo que «es culto por excelencia”, como reza su divisa, no iba a incurrir en el desafuero de imponer sanciones. El anfitrión Ferdinando Muñoz Álvarez, un alcalde-médico conservador que desaparecía debajo de su sombrero, tampoco habría patrocinado el despropósito.

En Montebello, el jueves 18 de octubre fue insólito festivo entre semana. En las casas ondeaban banderas de Colombia y del pueblo construido “contra la voluntad de Dios” por su arisca geografía.

Cierta oposición dice de Montebello lo que Tomás Carrasquilla escribió de su pueblo Santo Domingo: que es feo, faldudo y frío. Los montebellenses perdonamos la triple ofensa contra el Nido de Águilas o Montebravo, sus primeros nombres. En esa calumniada trinidad radica su belleza, decimos los lugareños así hayamos abandonado pronto su paisaje.

Mientras hacíamos tiempo a la espera del helicóptero oficial, saludamos y redistribuimos el ingreso con personajes típicos del pueblo, y tomamos tinto en los cafés Montebello y Montebravo preparado por la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Montebello, AMEM. El café artesanal es producido con grano de la región, no vayan a creer. Y se vende en distintos empaques y supermercados.

Toda la jornada me la pasé con un ojo atento a la primera visita presidencial que dejó listo un convenio a varias manos que irrigará créditos del Banco Agrario por 487.500 mil millones para impulsar actividades de pequeños cultivadores. Aplauso en los tendidos cuando se produjo la firma. Quedó pendiente otro dinerillo para conectar los pueblos del suroeste con las grandes autopistas. Si no, valiente gracias las tales autopistas.

Con el otro ojo activé el espejo retrovisor de los recuerdos y nostalgias que he acumulado del pueblo de mis mayores que no visitaba hacía 23 años.

Mientras llegaban el blancaje, con mi guía José Octavio Bedoya, montebellólogo de ley, realicé un tour que incluyó visita a las dependencias de la desierta alcaldía. Sorpresa: En una placa encontré  los nombres de los presidentes que ha tenido el Concejo municipal.

Allí estaba el nombre mi abuelo Lubín Giraldo López quien presidió el Concejo en nueve ocasiones desde 1935 al 45 cuando nací. “Estoy jugando de local”, me dije sacando pecho así me conozcan más en el Kremlin que en mi terruño.

No todo era hacer política y cultivar la tierra como campesino en su finca de El Encenillo: el abuelo Lubín  se las apañó para amasar con su esposa Ana Rosa Jiménez Rojas una culecada 13 sin contar seis “novedades”. Mi abuela, de La Ceja, municipio del que se desgajó Montebello, vivió 101 años.

Recordé, menos alegremente, que debido a su activismo político, a mi abuelo liberal le tocó salir pitado del pueblo a raíz de la violencia que se desató con el asesinato de Gaitán. Voces conservadoras amigas le hicieron saber que la chusma lo quería lejos del marco de la plaza y de su casa en la vereda El Bosque.

Detrás del abuelo salimos sus hijos y nietos. Nos acogieron en Medellín barrios populares como Manrique y Aranjuez. Somos, pues, integrantes de la forzosa diáspora liberal-conservadora, como millones en el país del Sagrado Corazón.

Mientras el reloj trituraba minutos a la espera del primer presidente que hacía su cuarta visita a Antioquia  miro y remiro el cerro El Rodeo porque de niños nos asustaban con el cuento de que se iba a derrumbar y taparía el pueblo.

 Fue el primer falso positivo que escuché. El culillo que nos generaba esa “noticia” era apenas comparable con el que sentíamos con los cuentos que oíamos de la Llorona y la Patasola que se dejaban sentir en el sector de Las Delgaditas.

O con el terror-pánico que nos provocaba la carretera destapada, una trocha de 12 kilómetros en invierno, entre Versalles y Montebello, hoy totalmente pavimentada. Vayan, no se arrepentirán. Se puede llegar también a través de El Retiro.

Cuando se oyó un rumor lejano de helicóptero decidimos instalarnos en El Alto, donde alcaldes y dirigentes del suroeste barajaban soluciones para los achaques de la región.

Primero llegó el mejor telonero del presidente Duque: su gurú el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez quien se quedó con parte de las existencias reguladoras de aplausos que se gastaron ese día los asistentes. Mientras los oradores se desgañitaban con eternos saludos a los invitados y echando discursos para nadie, el senador Uribe constató que su gloria no tiene fin. O que es eterna mientras dura, como en el verso de Vinicius de Moraes.

Hasta que llegó el presidente Duque, a quien le respiraba en la nuca el gobernador Luis Pérez, indiscutido ganador de la jornada. Duque llegó a bordo del sombrero que heredó de su padre y tocayo historiador made in Gómez Plata. Que no falte un poncho paisa, y el dedo pulgar que levanta en señal de saludo o de aceptación, y la mano en el pecho, herencia uribista.

Duque, de lejos, también jugó de local. Recordó que el “presidente” Uribe le habló de la importancia de estos encuentros de la dirigencia maicera del suroeste.

No pocos de los asistentes tenían lista la hoja de vida por si el presidente busca quién se sacrifique desde el poder… Mejor si la chanfa es en euros diplomáticos.

Al final de su discurso-balance de los primeros setenta días de gestión, el presidente preguntó, dirigiéndose al obispo que le impartió su bendición apostólica, cómo se las ingenió Dios para hacer tantas cosas en solo siete días. Luego sintetizó todo lo que ha hecho por Colombia en apenas dos meses.

Mencionó avances  en lucha contra la droga, diálogo social, seguridad, créditos para vivienda, recursos para la educación, apoyo a productores del campo y la pequeña empresa, simplificación del papeleo, lucha contra los corruptos y relaciones internacionales.

“Ahora sí tenemos presidente otra vez”, murmuran mis vecinos que aplauden como si el mundo se fuera a acabar mañana en la tarde.

El presidente remató la faena diciendo que la presidencia no es para halagar la vanidad ni buscar premios, pero confesó que le gustaría que al final de su gestión lo nombraran alcalde honorario de algún municipio.

Lo decía por el exministro y exembajador Fabio Valencia Cossio, quien en primera fila, lucía radiante la banda de alcalde honorario de Montebello, la tierra de sus ancestros maternos. Y colorín colorado…