20 abril, 2024

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Crónica # 93 del enchuspado maestro Gardeazábal: La gregoriana

@eljodario

El 5 de octubre de 1993, en el fragor de lo que ahora han decretado que no se puede llamar “guerra”, a las 5 de la mañana, llegaron hombres armados a la vereda El Bosque, del municipio de Riofrío, en la montaña occidental, y allanaron las casas de las familias Ladino Ramírez y Molina Solarte.

Encerraron a todos sus miembros. Les hicieron vestir prendas militares y después masacraron a los 13 vivientes. No mataron a Javier Ladino porque el día anterior había bajado a Tuluá a remesear y hacerse ver del médico.

La más significativa de las víctimas era La Gregoriana, la hermana de Javier, que gozaba de ser una de las intermediarias en la tierra del milagroso médico venezolano José Gregorio Hernández y, como tal, operaba a los enfermos el tercer miércoles de cada mes. No importaba la enfermedad ni la humildad del camastrón donde los hacía acostar para imponerle las manos y alumbrarle con la vela que José Gregorio encendía desde el más allá, cuando ella se acercaba a buscarle sanación al enfermo.

Esa misma noche el coronel Becerra salió a declarar con aire imperial en los noticieros de televisión que en seguimiento de la operación “Destructor” las tropas del nefasto Batallón Palacé, sembrador de sangre y atropellos a lo largo de la historia vallecaucana, se habían enfrentado a un reducto del ELN y dados de baja los 13 bandidos.

Los generales Hernández y Vergara, sus superiores, salieron a comentar la noticia y a dar entrevistas sobre este gigantesco operativo.

Unos años después la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz hizo un detallado informe de tan miserable crimen, que también fue llevado a la Justicia Penal Militar y luego de condenar a los oficiales del Batallón Palacé fue anulado por alguna instancia y se perdió en las gavetas del olvido y la impunidad.

A La Gregoriana la reclamaron en Medicina Legal sus agradecidos seguidores a quienes había operado con las manos del siervo José Gregorio y la enterraron en un nutrido y muy adolorido funeral en el cementerio de Riofrio porque todos, enfurecidos, sabían muy bien que ella no era guerrillera y solo curaba con la invocación al médico venezolano.

Por muchos meses su tumba tenía velas todas las noches, pero como José Gregorio y sus operaciones pasaron de moda y los enfermos no volvieron donde gregorianas como la Ladino, su recuerdo se traspapeló en las brumas de la injusticia.

Por estos días, cuando el papa ha elevado a la categoría de beato al médico José Gregorio, y lo pone al borde de hacerlo santo, he vuelto a recordar a Carmen Ladino, La Gregoriana y pensado si de pronto, en homenaje a lo que los del Palacé hicieron con ella y con centenares más en muchos otros lugares del occidente colombiano, el ministro Carlos Holmes decreta, por fin, la desaparición del nefasto batallón  y lo reemplaza por un cuerpo militar que lleve el nombre de Batallón Gregoriano.

Solo así se haría verdadera justicia y se borraría el estigma que lo arropa.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal