25 abril, 2024

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Crónica # 92 del maestro Gardeazábal: De cóndores y barracudas

@eljodario 

Cuando uno va avanzando con ímpetu en la lectura del libro que ha editado Planeta sobre la vida y obra de Alejandro Obregón y acelera página tras página sintiendo la clásica tensión con la que se construyeron las novelas decimónicas, no queda más remedio que preguntarse hasta el renglón final si esta obra del avezado cronista cartagenero Gustavo Tatis Guerra, titulada “Alejandro Obregón, delirio de luz y sombra”, pecó por invención o falló por exageración. 

Pero ninguna de las dos cosas resulta cierta porque la vida del gran pintor barranquillero, que hizo la magna tríada artística del siglo XX en Colombia (junto con Botero y Grau), no necesitaba ni una pizca de fantasía sino un narrador que catapultara, a los ojos de los lectores que no le conocieron, la mayúscula aventura que fue  toda la existencia del pintor sin igual de cóndores y barracudas, de azules inolvidables, de rojos y amarillos de marimondas. Tatis Guerra lo logra de maravilla. Hurgando en los detalles de la familia barcelonesa que vio nacer a Obregón hasta filtrándose por entre los íntimos vericuetos de su apasionada existencia de galán enamorado, el periodista cartagenero ha conseguido no solo construir una estupenda biografía sino levantar un monumento literario de valía. Hilando los detalles de la existencia de Obregón, con una botella de ron en la mano o al timón borracho de su destartalada yipeta por las calles de Cartagena, lo que se nos pinta es mucho más atractivo que alguna de sus barracudas inmortales o de sus cóndores que todavía vuelan. Tensa tanto el hilo narrativo que se salva de caer en los detalles funambulescos que llevaron a quien sabe quién a falsificar sus obras porque prefiere explayarse en la descripción de las mujeres que adornaron su vida, y a las que no olvidó así quedaran a la orilla del camino, y se llamaran Sonia Osorio o Josefina del Valle, Soffy Arboleda o Haydée Santamaría. A todas ellas y a casi una docena más las amó y siguió manteniendo en su corazón o a través de la línea telefónica. Leer sus historias es entonces pasar los ojos por un poema narrativo que engrandece el mito de Obregón y lo lleva al sitial que Colombia no le supo dar mientras vivió. Para mí, su lectura me ha permitido recordar y explicar la frase que una de sus grandes amores, Soffy Arboleda, la brillante profesora de arte de la Universidad del Valle, me repitió más de una vez: “Alejandro es un toro de lidia que ha sido toreado siempre en todas las plazas donde llega. ¡Díganmelo a mí!”.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal. 

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