25 abril, 2024

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Crónica # 76 del enchuspado maestro Gardeazábal: La Madre Laura

@eljodario

Mientras la Madre Laura es la primera santa colombiana, monseñor Builes que la persiguió misóginamente con saña y crueldad debe estar achicharrándose en el infierno

Eduardo Escobar, con la facilidad que ha tenido para manejar la prosa y dar cátedra de buena literatura en cada columna pese a seguir confesándose nadaísta, publicó el martes en El Tiempo una especialísima sobre la Madre Laura, el único ser humano nacido en estas tierras colombianas que ha llegado a ser canonizado por el Vaticano.

La razón de su comentario obedece a que ha terminado de leer, en el enclaustramiento obligado por estos días, el mamotrético volumen de su autobiografía.

Eduardo debe andar por los 77 o 78 años y sus impresiones apabullantes sobre la prosa y el contenido de ese libro me retrotrayeron a la infancia, cuando en mi sed de lectura encontré en la biblioteca de mi padre tamaño libraco en su edición original que los discípulos de monseñor Maximiliano Crespo habían ayudado a financiar.

Para mi padre, antioqueño de Guadalupe, la madre Laura era un mito viviente y así nos lo enseñó y repitió muchas veces en el almuerzo familiar de tal manera que cuando en mi precocidad de lector me detuve en sus historias, el impacto fue suficiente.

Ese fanatismo de mi padre por la monja se debía a que según él nadie fue víctima más atroz de las persecuciones indebidas y misóginas de monseñor Miguel Angel Builes, obispo de Santa Rosa, que esta mujer que había fundado la comunidad de las lauritas por la misma época en que mi padre tenía que salir de sus montañas huyendo de una conminación perentoria hecha por el odioso obispo porque se había inscrito candidato al concejo de Carolina sin haber cumplido los 21 años.

Para él, ella era una heroína porque supo resistir los vejámenes y persecuciones de Builes y conseguir, mientras el arzobispo Crespo vivió, que la protegiera acogiéndola en su sede de Santa Fé de Antioquia o sirviendo de argumentador ante la burocracia vaticana para que no le cancelaran la licencia a su comunidad recién fundada.

La lectura de ese libro nunca se me olvidó y cuando en 1972 vi una edición que hizo Bedout, la adquirí con frenesí y aún la conservo. De esa monja he hablado con mucha gente, desde quienes la conocieron como Manuel Mejía Vallejo hasta una monja laurita que me tocó de compañera de asiento en un largo viaje a Europa y me contó del libro que contra ella escribió el médico Castro cuando apenas era maestra en Medellin.

Manuel, con la alegría y picante de su labia, repetía que la madre Laura requería de dos mulas para poder meterse por esos berenjenales de las selvas de Dabeiba y Mutatá donde misionaba, una para cargar su enorme nalgatorio y otra para sostener el no menos voluminoso tetero.

Tal vez por todo ello cuando en la madrugada del 12 de mayo del 2013 el papa Francisco la elevó a la categoría de santa, me puse frente al televisor con una botella de champan al lado para cada que mencionaran su nombre durante la canonización, yo levantara la copa de ateo y descreído y brindara no por la primera santa colombiana sino por Builes, gritándole desde acá que por encima de sus persecuciones ella ya era santa y él seguía achicharrándose en el infierno. ¡Qué borrachera me pegué!

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal