24 abril, 2024

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Crónica # 74 del enchuspado maestro Gardeazábal: El sabio de las orquídeas

@eljodario

La muerte sigue cosechando con saña en los predios de mis afectos. Ayer murió en Cali el colombiano que más sabía de orquídeas. José Antonio González Cardona era un personajón de novela pero nunca ocupó ningún renglón en las que he escrito aunque sí copó páginas enteras de mi vida.

Por él aprendí a cultivar orquídeas. Por él entré al mundo de los canarios. Logró ingresarme  tan razonablemente como lo era para todas sus argumentaciones. Podía pensar exactamente lo contrario de lo que yo creyera o estar en total desacuerdo con mis actuaciones públicas o privadas pero jamás usó herramienta alguna que me causara impacto.

Conocía el valor de los silencios o la fuerza de una sonrisa para hacer sentir su aceptación o su rechazo. Hijo de un médico graduado en Harvard y La Sorbona, pero que tenía su clínica y consultorio en el Tuluá de 1920, siguió la huella de su padre y se graduó de médico y neurocirujano en Suiza, si bien nunca ejerció la profesión.

De allá vino a sembrar orquídeas y a criar canarios y a construir el recinto de la soledad donde abría sus puertas a muy poca gente.

Yo fui su gran beneficiado. Fueron centenares, de horas de la mitad de mi vida que pasé conversando con él sobre sus caudalosas lecturas, sus análisis sapientísimos y sus razonamientos de enciclopedista.

Los años y mis ajetreos nos distanciaron sin que perdiéramos ni el afecto ni el reconocimiento mutuo. Por eso tal vez me alegró enormemente poder contar con su presencia el día en que durante la Exposición Internacional de Orquídeas de noviembre pasado hice la rememoración de cómo hace 40 años construimos el orquideroama y organizamos las macromuestras inolvidables.

Ya estaba entonces picado por el mal cardíaco que finalmente se lo llevó ayer. Del mal del alma que lo consumió desde cuando era estudiante en Suiza, solo había encontrado consuelo en su soledad.

Toño González ha muerto en medio de las restricciones de la peste que nos azota. No podremos entonces  acompañarlo en su periplo final. Será un funeral tan solitario como hizo de su existencia, presidido tan solo por su hermana Inesita a quien idolatró para protegerla y ayudarla a resistir tantas tropelías que la vida ha hecho con ella.

Mientras lloro en lejanía su partida, aspiro que al menos se cumpla el deseo que nos hicimos mutuamente de que el día que muriéramos lo que más nos gustaría sería ver nuestros féretros inundados  de orquídeas. Ojalá  los miembros de la Sociedad Vallecaucana de Orquideología, que él ayudó a fundar y protegió con denuedo a lo largo de su vida, repleten hoy con catleyas, phalenopsis y schomburgkias el ataúd del  sabio de las orquídeas.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal