@eljodario
Hace unos dÃas le oà decir a Camilo Herrera de Raddar que el inevitable aumento del salario mÃnimo es una mala tormenta para el paÃs porque fundamentalmente disparará la inflación el año que viene.
Pero el que resulte inevitable no es porque el gobierno sea de izquierda o porque las presiones de los mercados mundiales lo obligan, sino porque terminamos, gracias a la digitalización, poniendo lÃmites máximos y mÃnimos a nuestras vidas y a no pensar en la dura realidad que estamos afrontando.
Todos sabemos que la inflación tiene por lo menos dos golpes que provienen del salario mÃnimo, la del aumento de la capacidad de compra y la del mayor costo en la producción. Enredadas una con otra termina creando la mala tormenta de que hablaba Raddar y como los perros nos veremos obligados a mordernos la cola.
En Colombia la inflación no es por emitir exceso de billetes, el Banco de la República no ha caÃdo en esa tentación y ningún ministro de Hacienda de los últimos tiempos lo ha presionado asÃ. Pero a lo que no nos hemos podido negar, y por consiguiente recibimos sus garrotazos, son al alza del dólar y a los fenómenos económicos internacionales que nos repercuten.
El dólar subió no solo porque es la moneda que más se ha fortalecido con la guerra de Ucrania y las estupideces de Rusia y la Otan para salir airosos, obligando a todas las monedas a devaluar, sino porque en Colombia el dúo dinámico del presidente Petro y la ministra de Minas asustaron al paÃs con su prohibición a los pozos petroleros y gasÃferos y el resto del gobierno con la avalancha de reformas improvisadas terminaron por regarlo en todas las venas y arterias de la economÃa nacional.
Subir el salario mÃnimo será una necesidad pero nos hace daño a la larga. Negarse a subirlo resultarÃa una estupidez.
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Ya, afortunadamente solo quedan amarrados a ese salario mÃnimo las tarifas del Soat, la del impuesto de registro y algunas multas pequeñas. Las otras tarifas que estaban amarradas lo quedaron no al salario mÃnimo sino a la inflación. Pero esa inflación ya sea más alta o más baja que el mÃnimo que se decrete, la abonamos a la tempestad y aumentará la velocidad con que nos mordemos nuestra propia cola.
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