@eljodario
Aunque en ninguna de las tantas encuestas que hacen por estos dÃas se presenta a la corrupción como uno de los graves problemas que azota al paÃs, el vertiginoso paso de los dÃas por entre medio de la nebulosa que creó en todos los ámbitos la ambición de ganarse una platica adicional, terminó por dejarnos groguis e insensibles a sus efectos. Quizás allà resida el poder de la corrupción. Que nos acostumbramos a ella. Que la toleramos. Que hace parte de cualquier gestión y es tenida en cuenta en la vida privada y en la pública como parte de todos los presupuestos.
El hecho simple de llevarse la mano al bolsillo para poder saltarse la expedición del comparendo que impone un policÃa es igual a las costumbres adquiridas por todos los que se preparan en las controvertidas escuelas policiales para ganarse una platica adicional haciéndose el sordo o el ciego, pero saltándose de alguna manera la ley.
Y asà como esa sencilla y barata manera de confiar en la corrupción para obviar el problema se da por descontado en todo retén, hay miles de formas más de saciar la ambición y mientras más rápido, mejor.
Somos un pueblo guaquero que quiere ganarse la loterÃa, encontrar el tesoro escondido o hacerle el esguince a la norma para que resulte rentable hacer creer que se ha trabajado honradamente.
Por estos dÃas, cuando se alistan los engranajes para comprar y vender los votos en las elecciones. Cuando se descubren más y más entramados de como las cooperativas de contratistas, disfrazadas todavÃa de partidos polÃticos, ordeñan las tetas del estado, ni nos sorprendemos ni batallamos por un cambio de pensamiento ni nos ingeniamos una opción diferente a la de recibir la bolsa de los dineros en una chuspa plástica como comisión por ejercer el poder, por dar una firma, por autorizar un turno o por conseguir poderse saltar la fila.
Poco a poco entonces cabalgando en la corrupción como cualquier jinete del apocalipsis, hemos ido desmoronando la estructura del estado con la ferocidad con que el cáncer se come el cuerpo humano.

Como tal, volvimos al paÃs inviable. Le arrebatamos la esperanza y apenas si buscamos representar la farsa de la democracia para creernos la misma mentira de que la culpa no es de la corrupción sino de los malos gobernantes o de la maldición del garabato que se explayó en Colombia, la tierra de Micifús.
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