Cuando éramos niños solo la luz de MedellÃn no titilaba. Es decir, cuando la oscuridad era el sitio de medición de la valentÃa o de la falta de miedo y quien se adentraba en ella se ganaba el respeto. Quizás porque la relación entre oscuridad, muerte e ignorancia fueron de la mano en ese entonces que ya nos parece tan lejos, asomarse a la oscuridad era terrible. Pero ya nadie le tiene miedo a la orilla oscura. El avance desbocado de la humanidad, la fuerza sin lÃmites que impulsó el conocimiento y ahora último el avasallamiento del algoritmo para poder alcanzar en todos los órdenes la comodidad, nos ha hecho entregar un alto porcentaje de lo que éramos. Tanto que, muy en breve, pondrán al ser humano a ir reduciendo precipitadamente su libre albedrÃo y a ceder una parte cada vez más crecida de su yo.
El seguimiento de nuestros pasos a través del celular que siempre muestra donde estamos. La estructuración del carnet de sanidad que en China han perfeccionado combinando algorÃtmicamente los planos de identidad y control.
El dominio que ejercen en los paÃses de Europa con las tarjetas bancarias, espiándoles permanentemente, han sido exagerados al máximo con el combate al Covid y songo sorongo lo fueron generalizando hasta quedar inmersos en un totalitarismo en donde poco o nada cuenta ya la libertad de que gozamos por siglos.
Algunos, empero, en el estertor por defender una vez más esa libertad, buscamos las catacumbas imaginarias como los cristianos antiguos para huir de tamaño agobio. Por ello entendemos las protestas antivacunas, las marchas anticarnet y atacamos y criticamos el nuevo orden mundial que el Fondo de Inversión Vanguard y sus socios y beneficiados han instaurado en los dos últimos años en el mundo. Nadie puede hablar de ese Fondo de Inversión. Nadie puede contarnos sobre cuántas farmacéuticas mundiales son de su propiedad ni cuántos hilos verdaderamente manejan.
Con la clasificación aplastante de que Vanguard es un invento más de los conspiracionistas hemos ido ocultando el que los nuevos dueños del mundo nos vayan controlando, esclavizándonos, agobiándonos con más y más comodidad. Vamos hacia una orilla en donde solo nos quedará el recuerdo de cuando inventábamos arte y literatura, pintura y música en el cerebro humano, no en las entrañas de un algoritmo. Y aun asÃ, no estaremos seguros porque nadie sabe dónde diablos nos dejarán guardar esos recuerdos en el oscuro mundo de las catacumbas de la libertad.
Pero es hacia allá a donde nos dirigimos los pocos o muchos que sigamos creyendo en que pese a todo no dejaremos de ser dueños de nuestro propio yo.



Más historias
Crónica # 1240 del maestro Gardeazábal: Octogenario
Gardeazábal 80 años: El muerto que sigue vivo
Crónica # del maestro Gardeazábal: El volcán de Cartago