@eljodario
Volví a Popayán. Desde cuando me quedé con los crespos hechos para asistir a la procesión del lunes Santo, antes de la pandemia, había prometido que el día que acudiera de nuevo a la antigua ciudad blanca iría a conocer el museo de Luis Eduardo Ayerbe.
El lunes, que fui invitado a Popayán Ciudad Libro, la feria del libro que con tanto cariño y abigarradamente me rindió homenaje a los 50 años de Cóndores, cumplí la promesa. Fuí a conocer el museo que el arquitecto Luis Eduardo Ayerbe González ha montado en la antigua casona de don Julio Arboleda, en todo el frente de la casa del general Mosquera, su archienemigo político. No es un museo temático. Tampoco es un museo colonial. Ni siquiera es un museo de Popayán, aunque la restauración de la casona con sus frisos pompéyicos y sus hábitats recreados en predios masónicos y anticlericales huelan a catolicismo ejemplar. Es un museo de Ayerbe. De su largo recorrido por el mundo y de su prodigiosa cultura. Alli hay entonces de todo, pero con muy buen gusto. Lo preside la espada de batalla del general Mosquera, la misma que dicen prestó para asesinar a Julio Arboleda en la montaña de Berruecos. Lo cierra en su recorrido circular las imágenes de las andas de la procesión del Lunes Santo que contra la voluntad arzobispal y la dictatorial de la Junta de Semana Santa, Ayerbe volvió a montar con sus amigos después de más de 100 años de no celebrarse.
Entre medio hay terracotas de los Uribe Gauguin y la mitra del arzobispo Arboleda, impregnada del esoterismo de los curas lazaristas que enseñaban a levitar. En otra vitrina están platos y bandejas mandadas a hacer por la oligarquía popayaneja a París. Y en una más grande y majestuosa la réplica de la Corona de Popayán que en el Metropolitan tiene las 365 esmeraldas y allí, donde Ayerbe tiene apenas los aguacates de culo de botella. Pero también está el escritorio donde Lutero hace más de 500 años pergueñó en su natal Alemania las verdades de la Reforma.
Es de pronto este Museo un amasijo de historias y de leyendas, de vivencias y de recuerdos que solo la capital del Cauca puede tolerar porque todas, estrambóticas o disímiles, están colocadas en cada vitrina o en cada salón con una dignidad apabullante ante la cual solo queda rendir pleitesía.
No es entonces el Museo de Ayerbe, como lo recomiendan en la Guía Turística. Es el Museo de la Dignidad. Hay que conocerlo.
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