16 abril, 2024

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Crónica #211 del maestro Gardeazábal: Les da culillo retirar al embajador

@eljodario 

Cuando Gabriel Garcia Márquez escribió “El otoño del patriarca” no debió de hacer mucho esfuerzo para conseguir modelo que describir.  

En Colombia no lo había, Rojas Pinilla apenas fue remedo de sátrapa. Pero durante la primera mitad del siglo XX los dictadores hicieron su agosto en América Latina. Ellos existieron en nuestro continente desde México con don Porfirio Díaz, hasta la Argentina donde Juan Domingo Perón ejerció, enloqueció a su país, mitificó en vida a su esposa Evita, y creó una doctrina populista que le sobrevive. 

Los nombres que recorren la historia dictatorial llevaron al nobel guatemalteco Miguel Angel Asturias a escribir su inolvidable “El señor presidente” y a Vargas Llosa, el otro nobel, a contar en “La fiesta del chivo” los detalles fabulosos de Rafael Leonidas Trujillo. Ninguno empero, que conozcamos, se ha metido de lleno a contar la historia de Anastasio Somoza y de sus hijos que se turnaron en el poder en Nicaragua y fueron derrocados por el Frente de Liberación Sandinista, que honraba con ese apellido la memoria de un general  asesinado por las fuerzas del estado. 

Quizás será porque el jefe sandinista de entonces, Daniel Ortega, sigue siendo tantos años después presidente de su país, pero bien se merecía al menos una novela para que mostrara cómo las vilezas y atropellos que cometió el perseguido y derrocado Somoza, las ha repetido de manera desbocada y de pronto más exagerada el marido de Rosario Murillo, quien, con su perfil de bruja del medioevo, debe preparar los brebajes para mantener a su marido en el poder y a Nicaragua aplastada. 

Por estos días, sin que el mundo se horrorice y los intelectuales de izquierda o hasta de derecha se pronuncien, Ortega ha logrado detener bajo el amparo de una ley que hizo aprobar a sus esbirros del Congreso Nicaragüense, a casi todos los conciudadanos que habían presentado su nombre para ser candidatos presidenciales y aspiraban competirle en las elecciones de noviembre. Como el mejor dictador de esas novelas, Ortega ha logrado meter a la cárcel no solo a los candidatos presidenciales sino a líderes, viejos y jóvenes, presentándose ominosamente ante el mundo como el asesino de su democracia. 

Nadie se atreve a condenarlo y los de la izquierda chuta sí que menos porque el presidente de Nicaragua les ha llevado las arras a Castro y a Chávez y a casi todos los dictadores zurdos buscando la eterna disculpa de enfrentarse a los gringos que han esclavizado por siglos a su país.  

Antes de que sea tarde, yo, un novelista provinciano que apenas llegó a hacer novelas sobre gamonales  y capos vallecaucanos pero que no me falta valentía, protesto enérgicamente por esta situación y aspiro como colombiano a que el gobierno de nuestro país tenga cojones y deje el culillo retirando al embajador en Managua y salvaguarde así el honor de una patria libre como debe seguir siendo Colombia.  

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.