24 abril, 2024

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Crónica # 142 del maestro Gardeazábal: un libro para aplaudir

@eljodario 

Tomás González es uno de los 4 grandes escritores antioqueños contemporáneos. No tiene el embrujo pendenciero de Fernando Vallejo. Tampoco se cree el Dante paisa como Pablo Montoya para bajar a los infiernos de las escombreras morales de Medellín. Menos que usa la lanza de la inmediatez temática para volver mitos las tijeras de Rosario o la alborada del 1 de diciembre como Jorge Franco. 

Tomás González es de suavidades narrativas, de perfiles poéticos que parecen paisajes o de contar paisajes que parecen poemas. Desde cuando se abrió paso con una novela primigenia aplaudida a rabiar como “Primero estaba el mar” hasta la que por estos días ha puesto en circulación “El fin del océano Pacífico”, su prosa ha sido inductiva al viejo nivel sicológico de los novelistas decimonónicos, inundada del furioso mar del golfo de Urabá o de las tranquilas aguas de Nuquí, pero eso sí, siempre enmarcada en la tupida selva en donde se pueden enredar angustias señaladoras o simples deliciosas narraciones. 

Sus últimas tres novelas han sido tres formas diferentes de mirar la vejez. Tomás ya tiene 70 años, pero su manera de entender la senectud se fue impregnando no solo de la temática de sus narraciones sino de las brillantes calidades de su prosa. Y en esta novela sobre el Pacífico consigue contar sin dejar caer nunca el interés, la historia de un médico viejo, jubilado, que se ve muriendo de cáncer de páncreas y quiere vivir sus últimos días en una cabaña al lado de la bahía de Nuquí, en medio de un paisaje que parece más a una pintura de Gauguin que a un ensayo luminoso de Fernando González, el abuelo del autor. Lejana del humor, pero no distante de la ironía. Cubierta del musgo húmedo del Chocó pero sin perder la referencia a Medellín y a las tradiciones antioqueñas. Cargada de luz y de colores, la novela de Tomás consigue ganarse al lector sin tener que adquirir ninguna trascendencia, ni por lo que cuenta ni por lo que calla, porque con el trascurrir de las páginas solo se espera la muerte del personaje mientras se intuye hasta cuál punto es capaz de llevar al clímax la soledad que finalmente abruma, convenciendo de su importancia en cada parrafada. Un libro muy hábil en su parsimonia, pero digno de aplaudir.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.