28 marzo, 2024

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Crónica #132 del enchuspado maestro Gardeazábal: La película de José Peláez

@eljodario

Esta semana murió, víctima de la peste del corona virus en la Fundación Santafé, José Peláez Vallejo. Fue el ídolo de mi infancia. Era como el hermano mayor que nunca tuve. Había sido capaz, cuando él tendría escasos 12 años y yo apenas me asomaba a los 8, de filmar una película como las que se veían en el Teatro Boyacá, en la cámara de 8mm que su padre, el médico de mi familia, el doctor Eugenio Peláez Ochoa le había regalado.

Era 1953 cuando José Peláez armó en la vieja casona de Sajonia, patrimonio de los Uribe que ellos habían alquilado, un escenario de castillo imaginario y disfrazó a todos los de su edad de soldados medioevales. No recuerdo cual fue el diálogo, finalmente era un cine mudo, pero me dejó grabada para siempre la capacidad de imaginar.

Después nos armó un fuerte del viejo oeste, en la arboleda de frutales que don Federico Alejandro Uribe sembró cuando llegó a Tuluá después de haber sido rector de la Universidad de Antioquia y ser el padrón de una familia que tuvo a su hijo el dr Uribe Hoyos como ministro de Obras Públicas de Abadía Méndez y a su bisnieto, Uribe Urdinola como ministro de Hacienda. Yo hice parte de los indios apaches que atacaban el fuerte con bombas de caucho llenas de agua. El y sus hermanos los Peláez Vallejo, disparaban con escopetas de bolas de pin pong.

Los míos y ellos fuimos muy unidos durante la infancia. Tanto que ahora, abrumado por la noticia de su muerte pierdo en las curvas del olvido los tiempos que nos separaron y las felices coincidencias que la vida nos dio.

Vivimos por más de 15 años en casas vecinas, una pegada de la otra. José aprendió a montar a caballo en esta finca de El Porce, en “Campirano” un petizo de pelambre casi rojo candelo. Por eso tal vez pudo mostrarme su mundo de imaginación y yo entrar a la fantasía del fuerte indio o subir como vigía a las ramas del palo de mamey que el Uribe había sembrado en la mitad de la arboleda.

No hice parte de su película porque estaba muy chico y nunca me ha gustado disfrazarme pero toda esa fuerza imaginativa se me quedó grabada para siempre y hoy al saber que murió solo, apenas acompañado por el bip.bip del monitor de la UCI de la Santa Fé y que sus cenizas no las podrán reclamar sus hijas hasta dentro de 14 días para hacerle un funeral solitario, prefiero no preguntar en cual curva de la vida se me perdió del panorama José Peláez, si en el gigantesco almacén que había montado recién inauguraron Unicentro en Bogotá  o en los brazos del alzheimer que me dicen le hizo perder esa fuerza prodigiosa que con su película y su fuerte apache impactó para siempre mi imaginación infantil y a la que quizás le deba el impulso tempranero a mi capacidad para haber sido el novelista que he podido ser.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal