@eljodario
Nadie discute que quien manda y toma las últimas decisiones en el Centro Democrático es Alvaro Uribe Vélez, que ha hecho de su partido una estructura caudillista. En un afán, muy del temperamento antioqueño, el expresidente ha pretendido venderles a sus seguidores y al resto de colombianos que sus candidatos presidenciales se pueden escoger por encuestas y muchísimos le han creído.
Pero como en Colombia ni el Centro Democrático, ni el Partido Comunista ni ningún otro partido político de los inscritos al menos nominalmente en el Consejo Nacional Electoral posee un censo real y veraz del número y calidad de sus partidarios o afiliados, realizar una encuesta sobre las simpatías que dentro de una de esas presuntas agrupaciones políticas despierte tal o cual nombre, no solo es un engaño más de la parafernalia política colombiana, sino una insensatez. Es s a los que no son uribistas por cuál de las seleccionadas de Uribe votarían. Era el peso de la verdad el que aplastó el disfraz y la encuesta uribista nació muerta. No la mató ni el disparo que puso fin a la vida de Miguel Uribe Turbay ni la carta de rifirrafe que el padre del asesinado le dirigió a quien funge como presidente del partido. Le puso fin a la encuesta la realidad apabullante que rige de verdad cualquier tiempo político.
Por supuesto, eso lo sabía Abelardito, el candidato feroz que ahora se hace llamar “el tigre” y con una astucia admirable aparece arrollando en sus propias encuestas, llenando el Movistar Arena y diciendo cosas que muchos colombianos quieren oír como bálsamo antipetrista.
Y lo ha hecho no para participar en la farsa de la encuesta uribista sino para imponerle su nombre a Uribe y a los candidotes que se prestaron dizque para competir por la nominación interna del Centro Democrático.
Parecería entonces que Uribe ha condenado a su partido no solo a admitir a quien él señale con su índice sino a alistar la carroza para que el felino de Córdoba se monte en ella.
Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal


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