25 abril, 2024

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Crónica # 121 Del maestro Gardeazábal: Estaba preso desde 1953

@eljodario 

La civilización humana ha creído a lo largo de la historia que en vez de la muerte el mejor castigo es la cárcel. 

En los Estados Unidos han sostenido paralelamente tanto la cárcel perpetua como la pena de muerte. En varios casos en el imperio norteamericano se ha dado que investigaciones posteriores a la ejecución demuestran que condenar al reo a la pena de muerte fue una injusticia, porque no era culpable.  

En los casos de cadena perpetua se han registrado penas de tal magnitud que cualquier ser humano, de cualquier civilización, piensa por estos días que es un garrafal error gringo, pero ellos, siempre todopoderosos y dueños de la razón, no modifican ni su criterio al respecto ni el embeleco ese del Colegio Electoral con el que perturban el ejercicio de la mayoría al elegir presidente cada 4 años. 

La semana pasada se presentó ante las cámaras de televisión y muchos diarios el caso de Joe Ligon, un negro de Filadelfia que fue condenado en 1953, cuando solo tenía 15 años, a cadena perpetua por haber participado con una pandilla en el apuñalamiento de un transeúnte en las calles de esa ciudad. Al verlo y oír sus respuestas después de 68 años de estar preso en distintas penitenciarias, uno se queda pensando si realmente la cárcel pudo haberle servido al estado norteamericano para reparar una falta a la sociedad que nunca fue plenamente demostrada o si el haber mantenido preso tantos años, toda una vida, a un hombre que siendo apenas un adolescente de aquella época pudo haber cometido un crimen sirvió para que su caso fuera usado como correctivo social para que otros muchachos no hicieran lo mismo. 

En Colombia, donde la pena de muerte por condena judicial fue suprimida desde cuando fusilaron a los que atentaron contra el presidente Reyes a principios del siglo XX, no se sabe de ningún caso parecido al de Ligon porque tampoco existe la cadena perpetua. Pero en cambio, por estos días, estamos presenciando una estúpida discusión alrededor de las cifras de los civiles que fueron muertos por soldados para hacerlos aparecer como guerrilleros caídos en combate. El problema no es la cifra, ni quién las cuente. El problema es que los colombianos hemos terminado por aceptar que la muerte puede ser usada como herramienta de vida o como miserable conducto a encontrar una recompensa pecuniaria y que si la utiliza alguien vestido de uniforme se puede hasta disculpar.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal.