
@eljodario
Mi hermana me mandó en estos días una foto de Pedro, su nieto de 3 años, montado en una de esas motonetas de verdad, pero de mentiritas que caminan sin pedalear. Pensé en lo imposible que me resultó convencer a mi padre para que me regalara una bicicleta como la que me prestaban mis vecinos los Peláez. Quizás por ello he mantenido oculta desde hace 75 años mi afición por el ciclismo.
Puro resabio de formación inconclusa. Pero quienes han vivido o trabajado conmigo y me ven horas enteras sentado frente al televisor donde trasmiten las carreras de bicicletas, saben que detrás del adusto y serio escritor que dicen que he terminado siendo, hay un aficionado pasivo por las bielas y los pedales. No monto en cicla. Del tema no hablo con amigos y nunca lo menciono en mis ya famosas comilonas o en mis míticas sesiones de apreciación a empresarios, políticos y gobernantes. Pero como la afición la mantuve durante tanto tiempo porque en Colombia producíamos ciclistas de envergadura y ganadores de toures y vueltas y por estos tiempos esos campeones no volvieron a surgir y el ciclismo colombiano parece haber entrado en vertical caída, antes que sumarme a los seguidores de Podjacar o de Renco, me puse a pensar que ese bajón se puede explicar sin echarle culpas a nadie.
Los ciclistas colombianos llevaban ventaja porque entrenaban en altura, subiendo a La Línea o a Minas y comían panela de trapiche viejo, no de azúcar refinada.
Los de Europa ahora son mejores porque pasan 4 de los 8 meses de entrenamientos en concentraciones en los Alpes y los Pirineos. Porque se someten a modernas dietas alimenticias y aprendieron a medir sus voltajes y a pedalear con ritmo y frenesí.
Por supuesto tienen patrocinadores generosos, no avaros como los de aquí y sus entrenadores son más sensatos y más atrevidos. No es entonces que los ciclistas colombianos se volvieron malos, es que los igualaron y les arrebataron la ventaja que daban la panela y la montaña.

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