Por Carlos Alberto Ospina M.
Entre delincuentes anda el juego. Algunos sin despeinarse ni perder la compostura a medida que son los sirvientes de la impunidad, encubridores, aduladores y culebreros, quienes sostienen el andamiaje de la corrupción y la violencia. Todos dignos de desprecio.
Por arte del diablo, estos personajes bien ubicados en las distintas ramas del poder público toleran la ilegalidad. En un dos por tres justifican, normalizan, maquillan, y cuando es necesario, traen escrito en la frente la expresión de la negación acerca del delito.
Ellos son los guionistas prepagos sobre el relato mendaz y la narrativa de la necesidad de un ‘cambio’ que convierte a los criminales en mártires, a los corrompidos en visionarios que vagabundean sobre “las estrellas del universo” y a los violadores de derechos humanos en defensores del orden en zonas de despeje. Este enfoque traicionero no tiene relación con el estado de bienestar, sino con el desasosiego general.
La premisa de que todo vale es el modus operandi que está detrás de cada alboroto. Por debajo de tierra se instala la coreografía sincronizada de compinches: el confeso drogadicto y recaudador de dinero del narcotráfico al frente del ministerio de gobierno, el batracio melcochudo de Roy brinca de una embajada a la candidatura presidencial, el abogado de reconocidos torcidos funge de magistrado de la Corte Constitucional, el maltratador de mujeres orquesta la campaña política por intermedio de RTVC; el pastor apócrifo pide retrasar las citas de pasaportes para evitar el desabastecimiento de libretas; el prófugo ex M19, Carlos Ramón, llora su merecido destino; el constituyente, Leyva, hoy ventila los trapitos al sol para atenuar los múltiples escándalos; y la testaférrea, Laura, corre con la cola de paja encendida.
Ciertos congresistas hablan de ética e insultan en inglés con las imprecisiones de un conocido traductor que proviene “de la palabra googol que es el número 10 elevado a la centésima potencia” (sic – Google); es decir, 10 elevado a 100 la estupidez de María Fernanda Carrascal, y el abusador laboral y clientelista, David Racero. Váyase lo uno por lo otro del obsceno Pacto Histórico.
La posición deshonesta de estos sujetos es más pobre que las ratas, sin ofender a los roedores, pues se bajan del barco en el momento que la fingida lealtad supera los beneficios y de manera milagrosa, recuperan la memoria y la iluminación acerca de “las cosas que no sabían”. A mano airada aseguran que “mi conciencia no me permite seguir callado” y “es mi deber con el país decir la verdad”. ¡Qué casualidad! Justo en el tiempo en que las inmundicias rebosan la actual cloaca.
Los postizos denunciantes juegan a dos barajas y aman la redención mediática: una para intentar aminorar el huracán de bochinches y otra, para lavarse a lo gato como ‘víctimas’ del sistema que ayudaron a alimentar. En último extremo, con los bolsillos llenos de dinero, y quizá, unos pocos años en la cárcel, ni a palos mostrarán la evidencia. Gente ruin.
Enfoque crítico – pie de página. El sindicalista ministro de minas, Edwin Palma, sonríe al lado del dictador Nicolás Maduro. Entonces, no es de extrañar que alias “El Costeño” se declare inocente por el atentado contra Miguel Uribe Turbay. Sujetos de mal vivir cortados por la misma tijera.


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