16 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Conversación con el Brujo

Por Oscar Domínguez G.

El portal www.otraparte.org que debería ser de obligatoria consulta para católicos y ateos, jugadores de tute o  pizingaña, nos recuerda a toda hora las existencia del maestro Fernando González Ochoa, de ascendencia vasca.

Ese portal no incluye detalles de una “conversación” que tuve con el Brujo. Él me buscó (¿¡), debo aclarar. No para hablar como solía hacerlo con Félix Ángel Vallejo. Como la envidia es mejor provocarla que sufrirla, aprovecho para chicanear con la anécdota de la tal llamada que me hizo González. Si ya la conté, espero no haberlo hecho con la piyama que tengo puesta hoy.

El Brujo vivía a unas seis cuadras y muchos libros leídos,  pensados, sufridos, escritos, de mi casa en Envigado, diagonal a la Bota del Día, en el chequeadero de buses. Ahora venden aguardiente.

En casa  hubo trato “cercano” con González: Un cuñado, XYZ, (las iniciales han sido alteradas para proteger su intimidad pero, la verdad, se llama William Jaramillo Mejía, poeta),  no sólo era su vecino. También era mesero en el bar Georgia adonde el maestro solía ir a hablar o a callar, siempre con su bastón, su silencio, su palabra,  y su boina vasca, recuerdo de su consulado en Bilbao, España, en 1957.

(Tengo boina vasca, regalo reciente de una vieja mejor amiga cuasiseteentona. Ella aspira a que con la boina, y por ósmosis, se me pegue algo del filósofo, pensador, rebelde con causa, escritor, panfletista, maestro. Soñar no cuenta un carajo).

El Brujo iba a Georgia a tomar café, o la famosa Clarita Pilsen, pequeñita, de envase verde, más inofensiva  que beso de monjita de clausura del barrio Mesa, de Envigado. (Como todo ha subido, se trata de una moderna clausura con BlackBerry y conexión a Internet. El Espíritu Santo no se queda atrás. Lo sé porque me las doy de amigo de la superiora Madre Margarita a quien de pronto la bajan del puesto y queda como una hermanita de la llanura. Así domestican la vanidad las religiosas. Pero la reeligen tiro a lapo).

XVZ – o sea William- tenía este encargo del dueño del bar: “Cuando venga el Maestro lo atiende. Si paga, le cobra, si no paga, déjelo”.

De jóvenes (“Alegrémonos, pues, jóvenes mientras existamos…”) solíamos dedicar días a la semana a “tomar prestados”  mangos, naranjas y otras delicias de fincas envigadeñas. Era una forma un tanto insólita de redistribuir el ingreso: tomando algo de los más pudientes. Otros hacen la revolución con la plata ajena. Éramos “robinjudes” que robábamos para nosotros mismos. La caridad entra por casa.

Cualquier día ese privilegio le tocó a Otraparte, la finca del papá de Simón.  Fuimos, nos metimos por detrás de la propiedad y coronamos.

Habíamos iniciado el regreso a casa con la sospechosa alegría que produce alcanzar el fruto prohibido. Al vernos pasar González  nos llamó con su voz en la que se adivinaba que alguna vez estuvo enamorado de Mademoisele Tony para notificarnos que no estaba bien hacer eso. Y nos encimó algunas naranjas. Era su forma de brindar cierta cercanía.  Y tirar línea. Cosas de filósofos.

Mis cómplices y yo reiniciamos el retorno a casa  con el prontuario averiado pues nadie menos que el Brujo nos había llamado pillinos.

La “conversación” no duró más. La llamo conversación para inflar mi hoja de vida, así como hay bellas que aumentan ciertas presas estratégicas a punta de silicona.

Cuando lleno un registro de hotel, ganas me dan de escribir en cualquier parte: “Robó y recibió naranjas en la Huerta del alemán de Fernando González”.

Creo que, definitivamente, la Virgen no se me apareció en esta encarnación. Pero me  mandó al Brujo. No perdí en el cambalache con el dueño de la casa en cuya entrada se lee todavía. Cave canem, seu domus domi, o sea: cuidado con el perro, o sea, con el señor de la casa.